Translate

domingo, 26 de octubre de 2014

Apuntes, apuntes (3): “LUCY” – “EL NIÑO” – “BOYHOOD (MOMENTOS DE UNA VIDA)” – “HÉRCULES”

[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


Al cien por cien bis: Lucy (ídem, 2014), de Luc Besson.- Estas líneas son un complemento de las que escribí para el núm. 447 de Dirigido por… (septiembre 2014) (1), donde ya mostraba mi entusiasmo por la que me parece, de lejos, la mejor película realizada hasta la fecha por Luc Besson, o al menos —a falta de haber visto Angel-A, la trilogía de los Minimoys, Adèle y el misterio de la momia, The Lady y Malavita en el momento de escribir estas líneas— la mejor de las que le conozco. Ignoro, por tanto, si en los films citados ya se apreciaba una evolución positiva en el estilo de un cineasta al que hacía tiempo que había dejado de seguirle la pista, harto como estaba de la vacuidad estéril y gratuita de Kamikaze 1999, Subway (En busca de Freddy), El gran azul, Nikita, dura de matar, El profesional (Léon), El quinto elemento y Juana de Arco. ¡Menudo lote!. Lo más gracioso del asunto es que, además de girar alrededor de la hipótesis (científicamente infundada, por cierto) de que los seres humanos tan solo usamos como máximo el 20% de nuestra capacidad cerebral, Lucy es, en teoría o, como a veces se dice, “sobre el papel”, una típica película de Besson al 100%, empezando por la ligereza con la que aborda una temática, digamos, “seria y/o trascendente” —la misma que, dentro de lo que cabe, hacía más tolerable El profesional (Léon) si se la comparaba con la petulancia de Nikita, dura de matar, o, cielos, El quinto elemento en relación a las pretensiones de El gran azul o Juana de Arco—, y acabando por cierta predilección hacia las heroínas, tan evidente a estas alturas que no requiere comentario alguno.


Lo que marca la diferencia es, en primer lugar, la gracia con la que Besson resuelve lo que plantea, de manera que esa ligereza acaba haciéndose agradable de ver. O dicho de otra forma: Besson eleva el resultado de Lucy muy por encima de lo esperable gracias a una inventiva tras la cámara que sabe conjugar, como digo, ese tono ligero con un sentido del encuadre y el movimiento de cámara que realzan y, a ratos, embellecen la propuesta llevándola estéticamente mucho más allá de la modestia de su planteamiento. De ahí que situaciones tan literalmente cogidas por los pelos como las de los primeros minutos —el ardid gracias al cual Richard (Pilou Asbaek) obliga a Lucy (Scarlett Johansson) a entregar el maletín con drogas al mafioso Sr. Jang (Cho Min-sik): el primero ciñe a la muñeca de la segunda el maletín mediante unas esposas que tan solo puede abrir el gánster— acaben funcionando, inesperadamente, gracias a la convicción con la que Besson las resuelve tras la cámara. No menos afortunada resulta, en este sentido, el momento en que la aterrorizada Lucy entra en el despacho del Sr. Jang: la aparición de este último, con el rostro cubierto de sangre… y unas gafas protectoras destinadas a evitar que las salpicaduras le vayan a parar a los ojos, unido a ese plano de las piernas de dos personas muertas que asoman por la puerta de una habitación, bastan para crear tensión. Nos movemos en un terreno próximo a la inmediatez de la literatura pulp o del cómic, cierto, pero Besson aquí sabe visualizarlo con habilidad e ingenio.


Una vez planteado el meollo del asunto —la conversión de Lucy en una “mula” al servicio del Sr. Jang, transportando un alijo de droga experimental escondida en su vientre—, el film va progresando en virtud de impactantes escenas de una intensidad y convicción insólitas en su director: desde la secuencia en la que, después de haber recibido una paliza, el paquete de droga que Lucy transporta en sus entrañas revienta y su contenido se derrama por su torrente sanguíneo, con resultados inesperados (el momento en el que el cuerpo de la chica sufre una serie de violentos espasmos, que Besson visualiza por medio de una planificación calculadamente “desquiciada”, sugiriendo de este modo la entrada de Lucy en una especie de “plano alternativo de la realidad”, es uno de los más logrados de su director); hasta la brillante demostración de los superpoderes de los cuales empieza a hacer gala la joven —la huida del cubil donde estaba encerrada; el momento en que deja inconscientes únicamente con el pensamiento a un buen puñado de agentes de policía en una comisaría parisina, o la posterior pelea contra los asesinos del Sr. Jang que asaltan ese mismo lugar—, pasando por un singular experimento narrativo: en determinados momentos, Besson va insertando imágenes documentales que pretenden ser no tanto una especie de irónico comentario visual sobre el desarrollo de la acción argumental de Lucy, a modo de contrapuntos, como un intento (a mi entender, conseguido) de convertir su film en una suerte de (falso) documental sobre la actriz Scarlett Johansson.


Es famosa la afirmación de Jean-Luc Godard de que cada película es un reportaje sobre sus intérpretes. En cierto sentido, Besson lleva este axioma al paroxismo, de manera que la falta de información sobre el personaje de Lucy —salvo la notable escena en la que, en un sostenido primer plano, conversa por teléfono con su madre: su último instante de sincera humanidad antes de convertirse en una imparable y fría supermujer— queda suplida mediante una utilización de la imagen más popular y característica de la intérprete de la Viuda Negra: es Scarlett Johansson, convertida en una suerte de icono de la mujer-perfecta-de-hoy-en-día, la que en la espléndida secuencia final —una serie de “saltos mentales” de Lucy a distintas ciudades del mundo hasta viajar… al inicio de los tiempos— se enfrenta a “Lucy”, el primer espécimen homínido del cual se tiene noticia, antes de rematar el relato mediante otra bella idea: Lucy desaparece como ser humano, para “renacer” fusionada, al 100% de su capacidad mental, con todo el entorno del planeta: “estoy en todas partes”, afirma. Un film excelente, aún partiendo de materiales, aparentemente, de derribo.



El policía y el traficante: El Niño (2014), de Daniel Monzón.- Por más que El Niño plantea un contexto de corrupción generalizada, su acción pivota en torno a la descripción de dos personajes aparentemente antitéticos pero más relacionados entre sí de lo que pueda parecer a simple vista. Uno es Jesús (Luis Tosar), un agente de policía encargado junto a sus compañeros Sergio (Eduard Fernández) y Eva (Bárbara Lennie), y bajo la supervisión de su superior Vicente (Sergi López), de vigilar e intentar contener el imparable tráfico de estupefacientes que se produce entre Marruecos y las costas andaluzas. El otro es un muchacho al que únicamente conoceremos por el apodo de El Niño (Jesús Castro), acaso porque —tal y como comenta el traficante marroquí Rachid (Moussa Maaskri)— para él llevar a cabo locas travesías entre España y las costas marroquíes en su moto acuática y luego a bordo de una potente lancha neumática cargada de drogas, no es más que “un juego” cuya ejecución le proporciona más placer que el mucho dinero que percibe por ello.


En cierto sentido, tanto Jesús como El Niño son, a su manera, personajes “puros”, y por eso mismo, “irreales”. El primero es un policía que, en puridad de conceptos, no existe: un agente de la ley honrado e incorruptible, que ha llevado al extremo de sacrificar su vida personal con tal de lograr la detención de cuantos traficantes y la requisa de cuantos alijos sea posible. Es un hombre solitario y casi podría decirse que romántico, por lo que tiene de versión sublime, o si se prefiere sublimada, de lo que sería o es un policía real. El Niño también es un personaje romántico y sublimado: un delincuente sin alma de criminal, que participa en el contrabando de drogas gracias a su excepcional pericia como piloto, guiado más que nada por su amistad con sus colegas y cómplices, El Compi (Jesús Carroza) y Halil (Saed Chatiby), y por su atracción hacia la joven marroquí, Amina (Mariam Bachir), de la que terminará enamorándose.


Dicho de otra manera: los personajes de Jesús y El Niño vendrían a ser la demostración más fehaciente de la dificultad de mostrar la temática de fondo que muestra este interesante film de Daniel Monzón, el tráfico de estupefacientes, sin recurrir, como aquí se recurre, a personajes, digamos, necesariamente convencionales. Jesús y El Niño vienen a demostrar, cada uno a su modo, justo lo contrario de lo que parece inferirse de ellos: que no hay romanticismo, ni nobleza, ni heroísmo, ni aventura, en un mundo que no para de entorpecer los planes de ambos protagonistas. Jesús sospecha que su superior, el mencionado Vicente, es un agente corrupto comprado por los traficantes de Marruecos, y tan solo cuando ya sea demasiado tarde se dará cuenta de que tenía que haber mirado en otra dirección y hacia otra persona… Y El Niño ve cómo se complican sus planes de vida en común con Amina como consecuencia de la amenaza de Rachid y de un personaje que permanece en la sombra y a quien apodan El Inglés (Ian McShane), los cuales vienen a recordarnos que el “negocio” en el cual El Niño y sus colegas andan metidos es en la realidad sucio, cruel, peligroso y despiadado.


Desde este punto de vista, hay en la película de Monzón dos películas en una: la primera, la “romántica”, la irreal, que es la que se sustenta sobre los personajes de Jesús y El Niño, base de un thriller sólidamente construido y que, si bien bebe de numerosos y bien conocidos referentes —desde Contra el imperio de la droga hasta el policíaco de Michael Mann: la relación de admiración y/o respeto entre antagonistas, Jesús y El Niño, recuerda a la que se daba entre Al Pacino (el policía) y Robert De Niro (el ladrón) en Heat—, el resultado no molesta, e incluso resulta altamente estimulante gracias al vigor de su realización, donde destacan sus magníficos momentos de acción: por una vez y sin que sirva de precedente, recurriremos al tópico y diremos que las secuencias de persecución en alta mar desde el helicóptero de la policía en pos de la lancha conducida por El Niño no tienen nada que envidiar a las mejores muestras del actioner made in USA.    


Pero hay en El Niño, como digo, “otra” película: un retrato realista de ambientes, una somera descripción de las actividades del narcotráfico y las de la policía destinadas a desbaratar a las primeras, cuya crudeza choca de frente con el, vuelvo a insistir, “romanticismo” representado por el buen policía Jesús y el “buen” traficante El Niño. Desde esta perspectiva, la historia de amor de El Niño con Amina es lo más endeble de una ficción que no necesitaba esa love story, pero que a pesar de ello al mismo tiempo sabe sacar provecho de la misma porque resulta coherente para demostrar que, a fin de cuentas, lo que el film narra no admite embellecimiento alguno. Y, a pesar de esa concesión a lo convencional, la inserción de la misma permite que, en última instancia, la película se mire a sí misma como lo que en puridad de conceptos es: una fantasía romántica con trasfondo realista, pero con conciencia de serlo. Como en Celda 211, Monzón vuelve a demostrar que ha sabido “captar” la onda del mejor thriller estadounidense pero sin empacharse con el mismo: tanto Celda 211 como El Niño son el resultado de una buena digestión.


Crece, crece, mi chiquitín: Boyhood (Momentos de una vida) (Boyhood, 2014), de Richard Linklater.- No creo que Boyhood (Momentos de una vida) sea, como se dice, una obra maestra del cine, y ni tan siquiera la mejor película de Richard Linklater —esa distinción creo que sigue mereciéndola Antes del anochecer (2)—, pero comparto la opinión mayoritaria de que el resultado atesora un notable interés. Lo mejor de este film tampoco creo que sea lo más obvio, es decir, la idea de tomar a un niño —Mason: Ellar Coltrane— e irlo filmando durante doce años a fin de que le veamos crecer de verdad en pantalla (y no solo a él: también crece de verdad la pequeña que interpreta a su hermana —Samantha: Lorelei Linklater, hija del realizador en la vida real— y, en otro sentido, “crecen” —ergo, envejecen— los actores —unos magníficos Patricia Arquette y Ethan Hawke— que encarnan a sus padres), pues la idea, en sí misma considerada, no tiene nada de original en cuanto existen diversos precedentes de otras películas que han llevado a cabo experimentos parecidos. Lo mejor, como digo, no reside en eso, sino en la manera como se utiliza eso: de qué forma Linklater trenza con habilidad el proceso de crecimiento y madurez de su protagonista, desde que es un niño y hasta que empieza a ir a la universidad, construyendo un relato que a pesar de su larguísima duración —165 minutos— no pesa en absoluto, lo cual tiene mucho mérito.


Dejando aparte que una película de estas características puede dar pie a todo tipo de disquisiciones del tipo de cuántos posibles montajes podrían haberse llevado a cabo con las seguramente cientos de horas filmadas a lo largo de más de una década, de forma que Boyhood hoy podría ser un film muy diferente del que conocemos, lo más atractivo reside, como digo, en la pericia de Linklater para hilvanar un relato que hace gala de un espléndido sentido de la elipsis, sin duda su principal arma narrativa y expresiva. Desde este punto de vista me sorprenden, insisto, las constantes afirmaciones en torno a la genialidad y creatividad de una película en el fondo muy sencilla e incluso me atrevería a decir que modesta, dado que en última instancia es consciente de que incluso filmando a un chico de verdad durante doce años, y haciendo con todo ese material un film de una duración cercana a las tres horas, es imposible plasmar en una sola película doce años de vida real mes a mes, día a día, hora a hora. Salvando las distancias, Boyhood comparte con El Niño el hecho de atesorar en su seno su propia autocrítica.


Desde este punto de vista, Boyhood vendría a ser una experiencia en cierto modo “frustrante”: una vida entera no cabe dentro de los márgenes no ya del cine, sino del relato en términos generales, pero al mismo tiempo se da la paradoja de que el relato, o una determinada concepción del mismo, es necesaria para intentar ofrecer, si no esa vida entera, al menos sí un buen resumen de doce años de la misma, en base a fragmentos de los mismos seleccionados por Linklater en su doble función de guionista y  director con vistas a crear ese relato y hacerlo de la manera más atractiva posible. Boyhood es, por eso mismo, un “fracaso” con conciencia de serlo, pero al que no puede reprochársele que lo sea (siempre, vuelvo a insistir, desde este punto de vista teórico) porque ese “fracaso”, siempre entre comillas, no es solo el fruto de una limitación intrínseca del cine en particular y del arte en general para contener lo Absoluto, sino también una consecuencia lógica de la naturaleza del relato y su canónica “obligación” de “contar algo” (y, a poder ser, atractivamente). Lo único que quizá se le puede reprochar a Boyhood, cinematográficamente hablando, es que al conjunto le falte algo más de intensidad y fuerza, por más que pueda afirmarse en su descargo que la existencia humana tampoco está siempre llena de momentos “fuertes” y/o “trascendentales”; afortunadamente.   


Ello no obsta para que el resultado sea extremadamente agradable de ver, lo cual es muy notable teniendo en cuenta sus características. Boyhood hace de esa narrativa aparentemente ligera pero en el fondo muy elaborada su mejor arma. Desde luego que podría hacerse una relación exhaustiva de cuántas maneras utiliza Linklater la elipsis para lograr que el relato progrese, mas lo interesante no creo que sea tan solo eso (por más que sea valioso en sí mismo considerado), sino, vuelvo a insistir, en cómo Boyhood acaba convirtiéndose, aparentemente de manera consciente, en una especie de demostración práctica de la imposibilidad de meter una vida entera en los márgenes de un relato cinematográfico, o si se prefiere, la imposibilidad última del cine de captar todos los matices de una existencia humana en toda su plenitud. Loable es que lo haya intentado, como también lo es que ponga de relieve esa imposibilidad.


Imprime la leyenda: Hércules (Hercules, 2014), de Brett Ratner.- Acaso fuera porque, con franqueza, no me esperaba nada del director de, cielos, las tres entregas de Hora punta, Family Man o El gran golpe, y de las algo mejores —no mucho— X-Men: La decisión final y El dragón rojo, mas lo cierto es que esta nueva versión de Hércules me ha supuesto una grata sorpresa. A falta de haber visto la reciente Hércules: El origen de la leyenda —hace ya mucho tiempo que perdí todo interés por el cine de Renny Harlin—, el Hércules de Brett Ratner me ha parecido harto curioso y, a ratos, mucho más logrado de lo que cabía esperar, hasta el punto de que ahora mismo no me costaría demasiado afirmar que nos hallamos ante el mejor trabajo de su habitualmente desafortunado realizador.


A falta de conocer el cómic de Steve Moore en el que se inspira, y por tanto partiendo de que lo que voy a explicar a continuación puede ser mérito de aquél, este nuevo Hércules llama la atención por su mirada irónica y su sarcástica desmitificación del héroe mitológico. Su primera secuencia resulta significativa. En la misma, asistimos a una escueta visualización de algunas de las más famosas hazañas del fornido héroe mitológico, concretamente tres de los doce célebres “trabajos” de los cuales habla la mitología grecorromana: matar a la Hidra de Lerna, al Jabalí de Erimanto y al León de Nemea. La visualización va acompañada por la voz de off de un narrador, la de Iolaus (Reece Ritchie), como luego sabremos sobrino de Hércules (Dwayne Johnson). No tardaremos en descubrir que el relato de Iolaus no es sino un ardid para distraer a los guerreros que le han capturado y que están a punto de matarle mientras su tío viene a rescatarle. Por cierto, durante la visualización de esos tres “trabajos”, el rostro del protagonista permanece oculto en la oscuridad, potenciando en este caso la aureola mitológica-legendaria que rodea al héroe, en concordancia con el carácter fabuloso de sus hazañas. No será hasta que Hércules acude al rescate de Iolaus cuando su rostro se revela al espectador en un primer plano que hace ostentoso, por cierto, que la piel de león con la que cubre su cabeza, y que se supone es la del León de Nemea, no se corresponde con la gigantesca testuz de la bestia visualizada en los flashbacks. Hay algo, en definitiva, que no “cuadra”.


Poco tardaremos en averiguar que, efectivamente, “este” Hércules no es el de toda la vida, sino un rufián que ni tan siquiera ha llevado a cabo sus “doce trabajos” en solitario, sino con la ayuda de un grupo de mercenarios que le acompañan y a los que lidera; de hecho, los títulos de crédito finales —imitación, todo hay que decirlo, de los de 300 (ídem, 2006, Zack Snyder)— reiteran que los compañeros de Hércules, Amphiaraus (Ian McShane), Autolycus (Rufus Sewell), Tydeus (Aksel Hennie), Atalanta (Ingrid Bolso Berdal) y su ya mencionado sobrino Iolaus, le echaron algo más que una mano a la hora de consumar esas hazañas… Hércules, versión 2014, arroja por tanto una inesperada mirada irónica y suavemente desmitificadora sobre el héroe mitológico, que se refuerza además mediante el añadido de la sospecha —por más que Ratner y los guionistas Ryan Condal y Evan Spiliotopoulos no se atrevan a llevarla hasta el final— de que el mismísimo Hércules podría haber sido el responsable del asesinato de su propia esposa Megara —una Irina Shayk vista y no vista, a pesar de que buena parte de la campaña publicitaria de cara al lanzamiento del film se haya fabricado en torno a su imagen— y sus tres pequeños hijos, bajo los efectos de una droga alucinógena. Todo ello está contado con considerable eficacia, dentro de su condición de producto mainstream de rápido consumo, no faltando a pesar de todo algunos momentos inspirados. Señalo el vigor de las secuencias de acción, y en particular, las de batalla, en las cuales Ratner inserta en los momentos adecuados planos generales en picado que permiten distinguir la posición de los bandos enfrentados y el desarrollo del combate. Se agradecen las pinceladas, bien dosificadas, mediante las cuales se describen algunos personajes secundarios, caso de Amphiaraus, quien afirma saber cuándo y cómo va a morir, o de Tydeus, un guerrero que no habla y cuyas noches son un hervidero de pesadillas como consecuencia de los horrores que presenció de niño; no puede decirse lo mismo del personaje de Atalanta, la consabida concesión a la “corrección política”, o el de Autolycus, el cual se ve a la legua que en el último momento regresará al lado de sus compañeros de fatiga para echarles una mano aún habiéndolos abandonado con su parte del botín.        

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2013/06/viaje-grecia-antes-del-anochecer-de.html

7 comentarios:

  1. Es curioso que un crítico como tú por el que siento mucho respeto califique de excelente a "Lucy" y de fracaso a "Boyhood", para mi lo peor y lo mejor de este año por ese mismo orden. No he visto "Hércules" pero adivino que tildarla de sorprendente tb será exagerado. Vi "Sabotage" por la curiosidad que me suscitaron tus alabanzas y tampoco me convenció la verdad. Me pareció un film de acción muy crudo con un guión cogido por alfileres. Tb he visto "Perdida" que ha recibido excelente críticas y para mi es el film más decepcionante de David Fincher. Quizás hay que tomársela como una comedia porque el argumento es de risa. Espero que hables más adelante bien de "La isla mínima" y "Relatos salvajes", dos películas fundamentales de las que aún están en cartelera. "El niño" es con la única que estoy de acuerdo, comercial pero entretenida, pese a sus irregularidades cumple.

    ResponderEliminar
  2. Jkasker no sé dónde has leído que Tomás ponga que Boyhood es un fracaso. Lo que dice es que le parece un buen film que está siendo sobrevalorado, nada más.
    Por cierto, Tomás, a mí también me ha gustado mucho Lucy y eso que no he comulgado nunca con Luc Besson (del que sólo me gusta Juana de Arco). Cine lleno de ideas y soluciones visuales. Muy sorprendente.

    ResponderEliminar
  3. Bastante de acuerdo con lo que comentas en todas ellas (excepto "Hercules", que está dirigida por el anticristo, aunque por lo que comentas puede tener su punto...).
    Eso sí,unos apuntes:
    Yo no veo "Boyhood" sea fallida en absoluto, por lo menos para mí no lo fue. Y los momentos muertos que comentas, aunque me chocaran al principio, me parecieron totalmente honestos, ya que, como bien planteas, la vida no es una sucesión de puntos álgidos... Para mí de lo mejor de lo que va de año
    "El niño" es una película digna, pero su insustancialidad termina desmereciendo el conjunto, y le resta intensidad.
    "Lucy" no me deslumbró tanto como a tí, pero me pareció un película entretenida y curiosa, y que no tiene miedo de trascender los límites dél género en que se encuandra.
    Espero que te descuelgues por aquí con una crítica de "Perdida", que sin duda está ya para mi entre lo mejor de Fincher, y eso ya es mucho decir.
    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, León. Brett Ratner es realmente pésimo ¿pero no crees que Michael Bay es aún peor?
      A ver si veo "Perdida". He leído alguna crítica por ahí que dice que es como un telefilme de sobremesa con envoltura de lujo. Habiendo leído el libro, y a nada que Fincher haya captado un poco su esencia en su traslado a la gran pantalla, no creo que esas afirmaciones sean ciertas. Puede que algunos pasajes sean algo artificiosos y tramposos (hablo de la novela) pero la historia tiene mucha miga. Puede que esa gente no haya captado el mensaje, que lo tiene.
      Un saludo.

      Eliminar
    2. Pues para mí no es peor. Bay tiene un estilo tan hortera, que de practicarlo sin complejos, ya me despierta simpatía, como un tio que aunque baile de culo, se lanza incansablemene a la pista de la discoteca a ser el centro de atención. Al principio te da vergüenza ajena, pero cuando ves que el sujeto no ceja en su empeño, ya se empieza a ganar tu simpatía solo por tu valor. Además Bay dirigió el año pasado una grandísima película "Dolor y dinero". Te recomiendo además que te hagas con el "Dirigido por" de Septiembre, en el que dedican un interesantísimo estudio al cine de Bay.
      Y "Perdida" es probablemente la mejor película que se va a estrenar este año. Si tienes tiempo y ganas, pasate por mi blog para leer lo que escribí sobre ella.
      Saludos

      Eliminar
    3. Sinceramente, tuve retortijones al ver que una pedazo de revista como "Dirigido por..." incluía un estudio acerca de Michael Bay. No veía qué podía estudiarse en el cine de este hombre aparte de las distintas formas de arrasar todo lo que cabe en el plano y que dicho plano no dure ni un segundo. Pero vamos, que tiene que haber de tó...

      A ver si esta semana veo por fin "Perdida". Intento ir el día que las entradas están a un precio asequible, ocho o nueve euros me parece un robo,cortesía del IVAzo de los que se lo llevan crudo (presuntamente, of course).
      Excelente artículo el tuyo. Me ha gustado tu blog. Te seguiré leyendo.
      Un saludo.

      Eliminar
  4. Hola, Tomás y cía. De estas solamente me interesa "Boyhood". Se me ha pasado, la tendré que ver en dvd.
    Cambiando de tema a otro de mis temas favoritos: por fin una revista de cine le dedica un reportaje a McT, exceptuando el "Dirigido por" de octubre de 1999, que le dedicó un interesantísimo estudio con la excusa del estreno tardío de la película maldita "El guerrero número 13". ". La revista que comento es relativamente nueva en España (SoFilm) y el título del artículo es muy sugestivo: "Universo McTiernan", pero van y ponen en portada al McClane de la cuarta entrega:
    http://www.sofilm.es/sofilm

    Un saludo a todos ¡McT is back!

    ResponderEliminar