Translate

domingo, 26 de octubre de 2014

Apuntes, apuntes (3): “LUCY” – “EL NIÑO” – “BOYHOOD (MOMENTOS DE UNA VIDA)” – “HÉRCULES”

[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


Al cien por cien bis: Lucy (ídem, 2014), de Luc Besson.- Estas líneas son un complemento de las que escribí para el núm. 447 de Dirigido por… (septiembre 2014) (1), donde ya mostraba mi entusiasmo por la que me parece, de lejos, la mejor película realizada hasta la fecha por Luc Besson, o al menos —a falta de haber visto Angel-A, la trilogía de los Minimoys, Adèle y el misterio de la momia, The Lady y Malavita en el momento de escribir estas líneas— la mejor de las que le conozco. Ignoro, por tanto, si en los films citados ya se apreciaba una evolución positiva en el estilo de un cineasta al que hacía tiempo que había dejado de seguirle la pista, harto como estaba de la vacuidad estéril y gratuita de Kamikaze 1999, Subway (En busca de Freddy), El gran azul, Nikita, dura de matar, El profesional (Léon), El quinto elemento y Juana de Arco. ¡Menudo lote!. Lo más gracioso del asunto es que, además de girar alrededor de la hipótesis (científicamente infundada, por cierto) de que los seres humanos tan solo usamos como máximo el 20% de nuestra capacidad cerebral, Lucy es, en teoría o, como a veces se dice, “sobre el papel”, una típica película de Besson al 100%, empezando por la ligereza con la que aborda una temática, digamos, “seria y/o trascendente” —la misma que, dentro de lo que cabe, hacía más tolerable El profesional (Léon) si se la comparaba con la petulancia de Nikita, dura de matar, o, cielos, El quinto elemento en relación a las pretensiones de El gran azul o Juana de Arco—, y acabando por cierta predilección hacia las heroínas, tan evidente a estas alturas que no requiere comentario alguno.


Lo que marca la diferencia es, en primer lugar, la gracia con la que Besson resuelve lo que plantea, de manera que esa ligereza acaba haciéndose agradable de ver. O dicho de otra forma: Besson eleva el resultado de Lucy muy por encima de lo esperable gracias a una inventiva tras la cámara que sabe conjugar, como digo, ese tono ligero con un sentido del encuadre y el movimiento de cámara que realzan y, a ratos, embellecen la propuesta llevándola estéticamente mucho más allá de la modestia de su planteamiento. De ahí que situaciones tan literalmente cogidas por los pelos como las de los primeros minutos —el ardid gracias al cual Richard (Pilou Asbaek) obliga a Lucy (Scarlett Johansson) a entregar el maletín con drogas al mafioso Sr. Jang (Cho Min-sik): el primero ciñe a la muñeca de la segunda el maletín mediante unas esposas que tan solo puede abrir el gánster— acaben funcionando, inesperadamente, gracias a la convicción con la que Besson las resuelve tras la cámara. No menos afortunada resulta, en este sentido, el momento en que la aterrorizada Lucy entra en el despacho del Sr. Jang: la aparición de este último, con el rostro cubierto de sangre… y unas gafas protectoras destinadas a evitar que las salpicaduras le vayan a parar a los ojos, unido a ese plano de las piernas de dos personas muertas que asoman por la puerta de una habitación, bastan para crear tensión. Nos movemos en un terreno próximo a la inmediatez de la literatura pulp o del cómic, cierto, pero Besson aquí sabe visualizarlo con habilidad e ingenio.


Una vez planteado el meollo del asunto —la conversión de Lucy en una “mula” al servicio del Sr. Jang, transportando un alijo de droga experimental escondida en su vientre—, el film va progresando en virtud de impactantes escenas de una intensidad y convicción insólitas en su director: desde la secuencia en la que, después de haber recibido una paliza, el paquete de droga que Lucy transporta en sus entrañas revienta y su contenido se derrama por su torrente sanguíneo, con resultados inesperados (el momento en el que el cuerpo de la chica sufre una serie de violentos espasmos, que Besson visualiza por medio de una planificación calculadamente “desquiciada”, sugiriendo de este modo la entrada de Lucy en una especie de “plano alternativo de la realidad”, es uno de los más logrados de su director); hasta la brillante demostración de los superpoderes de los cuales empieza a hacer gala la joven —la huida del cubil donde estaba encerrada; el momento en que deja inconscientes únicamente con el pensamiento a un buen puñado de agentes de policía en una comisaría parisina, o la posterior pelea contra los asesinos del Sr. Jang que asaltan ese mismo lugar—, pasando por un singular experimento narrativo: en determinados momentos, Besson va insertando imágenes documentales que pretenden ser no tanto una especie de irónico comentario visual sobre el desarrollo de la acción argumental de Lucy, a modo de contrapuntos, como un intento (a mi entender, conseguido) de convertir su film en una suerte de (falso) documental sobre la actriz Scarlett Johansson.


Es famosa la afirmación de Jean-Luc Godard de que cada película es un reportaje sobre sus intérpretes. En cierto sentido, Besson lleva este axioma al paroxismo, de manera que la falta de información sobre el personaje de Lucy —salvo la notable escena en la que, en un sostenido primer plano, conversa por teléfono con su madre: su último instante de sincera humanidad antes de convertirse en una imparable y fría supermujer— queda suplida mediante una utilización de la imagen más popular y característica de la intérprete de la Viuda Negra: es Scarlett Johansson, convertida en una suerte de icono de la mujer-perfecta-de-hoy-en-día, la que en la espléndida secuencia final —una serie de “saltos mentales” de Lucy a distintas ciudades del mundo hasta viajar… al inicio de los tiempos— se enfrenta a “Lucy”, el primer espécimen homínido del cual se tiene noticia, antes de rematar el relato mediante otra bella idea: Lucy desaparece como ser humano, para “renacer” fusionada, al 100% de su capacidad mental, con todo el entorno del planeta: “estoy en todas partes”, afirma. Un film excelente, aún partiendo de materiales, aparentemente, de derribo.



El policía y el traficante: El Niño (2014), de Daniel Monzón.- Por más que El Niño plantea un contexto de corrupción generalizada, su acción pivota en torno a la descripción de dos personajes aparentemente antitéticos pero más relacionados entre sí de lo que pueda parecer a simple vista. Uno es Jesús (Luis Tosar), un agente de policía encargado junto a sus compañeros Sergio (Eduard Fernández) y Eva (Bárbara Lennie), y bajo la supervisión de su superior Vicente (Sergi López), de vigilar e intentar contener el imparable tráfico de estupefacientes que se produce entre Marruecos y las costas andaluzas. El otro es un muchacho al que únicamente conoceremos por el apodo de El Niño (Jesús Castro), acaso porque —tal y como comenta el traficante marroquí Rachid (Moussa Maaskri)— para él llevar a cabo locas travesías entre España y las costas marroquíes en su moto acuática y luego a bordo de una potente lancha neumática cargada de drogas, no es más que “un juego” cuya ejecución le proporciona más placer que el mucho dinero que percibe por ello.


En cierto sentido, tanto Jesús como El Niño son, a su manera, personajes “puros”, y por eso mismo, “irreales”. El primero es un policía que, en puridad de conceptos, no existe: un agente de la ley honrado e incorruptible, que ha llevado al extremo de sacrificar su vida personal con tal de lograr la detención de cuantos traficantes y la requisa de cuantos alijos sea posible. Es un hombre solitario y casi podría decirse que romántico, por lo que tiene de versión sublime, o si se prefiere sublimada, de lo que sería o es un policía real. El Niño también es un personaje romántico y sublimado: un delincuente sin alma de criminal, que participa en el contrabando de drogas gracias a su excepcional pericia como piloto, guiado más que nada por su amistad con sus colegas y cómplices, El Compi (Jesús Carroza) y Halil (Saed Chatiby), y por su atracción hacia la joven marroquí, Amina (Mariam Bachir), de la que terminará enamorándose.


Dicho de otra manera: los personajes de Jesús y El Niño vendrían a ser la demostración más fehaciente de la dificultad de mostrar la temática de fondo que muestra este interesante film de Daniel Monzón, el tráfico de estupefacientes, sin recurrir, como aquí se recurre, a personajes, digamos, necesariamente convencionales. Jesús y El Niño vienen a demostrar, cada uno a su modo, justo lo contrario de lo que parece inferirse de ellos: que no hay romanticismo, ni nobleza, ni heroísmo, ni aventura, en un mundo que no para de entorpecer los planes de ambos protagonistas. Jesús sospecha que su superior, el mencionado Vicente, es un agente corrupto comprado por los traficantes de Marruecos, y tan solo cuando ya sea demasiado tarde se dará cuenta de que tenía que haber mirado en otra dirección y hacia otra persona… Y El Niño ve cómo se complican sus planes de vida en común con Amina como consecuencia de la amenaza de Rachid y de un personaje que permanece en la sombra y a quien apodan El Inglés (Ian McShane), los cuales vienen a recordarnos que el “negocio” en el cual El Niño y sus colegas andan metidos es en la realidad sucio, cruel, peligroso y despiadado.


Desde este punto de vista, hay en la película de Monzón dos películas en una: la primera, la “romántica”, la irreal, que es la que se sustenta sobre los personajes de Jesús y El Niño, base de un thriller sólidamente construido y que, si bien bebe de numerosos y bien conocidos referentes —desde Contra el imperio de la droga hasta el policíaco de Michael Mann: la relación de admiración y/o respeto entre antagonistas, Jesús y El Niño, recuerda a la que se daba entre Al Pacino (el policía) y Robert De Niro (el ladrón) en Heat—, el resultado no molesta, e incluso resulta altamente estimulante gracias al vigor de su realización, donde destacan sus magníficos momentos de acción: por una vez y sin que sirva de precedente, recurriremos al tópico y diremos que las secuencias de persecución en alta mar desde el helicóptero de la policía en pos de la lancha conducida por El Niño no tienen nada que envidiar a las mejores muestras del actioner made in USA.    


Pero hay en El Niño, como digo, “otra” película: un retrato realista de ambientes, una somera descripción de las actividades del narcotráfico y las de la policía destinadas a desbaratar a las primeras, cuya crudeza choca de frente con el, vuelvo a insistir, “romanticismo” representado por el buen policía Jesús y el “buen” traficante El Niño. Desde esta perspectiva, la historia de amor de El Niño con Amina es lo más endeble de una ficción que no necesitaba esa love story, pero que a pesar de ello al mismo tiempo sabe sacar provecho de la misma porque resulta coherente para demostrar que, a fin de cuentas, lo que el film narra no admite embellecimiento alguno. Y, a pesar de esa concesión a lo convencional, la inserción de la misma permite que, en última instancia, la película se mire a sí misma como lo que en puridad de conceptos es: una fantasía romántica con trasfondo realista, pero con conciencia de serlo. Como en Celda 211, Monzón vuelve a demostrar que ha sabido “captar” la onda del mejor thriller estadounidense pero sin empacharse con el mismo: tanto Celda 211 como El Niño son el resultado de una buena digestión.


Crece, crece, mi chiquitín: Boyhood (Momentos de una vida) (Boyhood, 2014), de Richard Linklater.- No creo que Boyhood (Momentos de una vida) sea, como se dice, una obra maestra del cine, y ni tan siquiera la mejor película de Richard Linklater —esa distinción creo que sigue mereciéndola Antes del anochecer (2)—, pero comparto la opinión mayoritaria de que el resultado atesora un notable interés. Lo mejor de este film tampoco creo que sea lo más obvio, es decir, la idea de tomar a un niño —Mason: Ellar Coltrane— e irlo filmando durante doce años a fin de que le veamos crecer de verdad en pantalla (y no solo a él: también crece de verdad la pequeña que interpreta a su hermana —Samantha: Lorelei Linklater, hija del realizador en la vida real— y, en otro sentido, “crecen” —ergo, envejecen— los actores —unos magníficos Patricia Arquette y Ethan Hawke— que encarnan a sus padres), pues la idea, en sí misma considerada, no tiene nada de original en cuanto existen diversos precedentes de otras películas que han llevado a cabo experimentos parecidos. Lo mejor, como digo, no reside en eso, sino en la manera como se utiliza eso: de qué forma Linklater trenza con habilidad el proceso de crecimiento y madurez de su protagonista, desde que es un niño y hasta que empieza a ir a la universidad, construyendo un relato que a pesar de su larguísima duración —165 minutos— no pesa en absoluto, lo cual tiene mucho mérito.


Dejando aparte que una película de estas características puede dar pie a todo tipo de disquisiciones del tipo de cuántos posibles montajes podrían haberse llevado a cabo con las seguramente cientos de horas filmadas a lo largo de más de una década, de forma que Boyhood hoy podría ser un film muy diferente del que conocemos, lo más atractivo reside, como digo, en la pericia de Linklater para hilvanar un relato que hace gala de un espléndido sentido de la elipsis, sin duda su principal arma narrativa y expresiva. Desde este punto de vista me sorprenden, insisto, las constantes afirmaciones en torno a la genialidad y creatividad de una película en el fondo muy sencilla e incluso me atrevería a decir que modesta, dado que en última instancia es consciente de que incluso filmando a un chico de verdad durante doce años, y haciendo con todo ese material un film de una duración cercana a las tres horas, es imposible plasmar en una sola película doce años de vida real mes a mes, día a día, hora a hora. Salvando las distancias, Boyhood comparte con El Niño el hecho de atesorar en su seno su propia autocrítica.


Desde este punto de vista, Boyhood vendría a ser una experiencia en cierto modo “frustrante”: una vida entera no cabe dentro de los márgenes no ya del cine, sino del relato en términos generales, pero al mismo tiempo se da la paradoja de que el relato, o una determinada concepción del mismo, es necesaria para intentar ofrecer, si no esa vida entera, al menos sí un buen resumen de doce años de la misma, en base a fragmentos de los mismos seleccionados por Linklater en su doble función de guionista y  director con vistas a crear ese relato y hacerlo de la manera más atractiva posible. Boyhood es, por eso mismo, un “fracaso” con conciencia de serlo, pero al que no puede reprochársele que lo sea (siempre, vuelvo a insistir, desde este punto de vista teórico) porque ese “fracaso”, siempre entre comillas, no es solo el fruto de una limitación intrínseca del cine en particular y del arte en general para contener lo Absoluto, sino también una consecuencia lógica de la naturaleza del relato y su canónica “obligación” de “contar algo” (y, a poder ser, atractivamente). Lo único que quizá se le puede reprochar a Boyhood, cinematográficamente hablando, es que al conjunto le falte algo más de intensidad y fuerza, por más que pueda afirmarse en su descargo que la existencia humana tampoco está siempre llena de momentos “fuertes” y/o “trascendentales”; afortunadamente.   


Ello no obsta para que el resultado sea extremadamente agradable de ver, lo cual es muy notable teniendo en cuenta sus características. Boyhood hace de esa narrativa aparentemente ligera pero en el fondo muy elaborada su mejor arma. Desde luego que podría hacerse una relación exhaustiva de cuántas maneras utiliza Linklater la elipsis para lograr que el relato progrese, mas lo interesante no creo que sea tan solo eso (por más que sea valioso en sí mismo considerado), sino, vuelvo a insistir, en cómo Boyhood acaba convirtiéndose, aparentemente de manera consciente, en una especie de demostración práctica de la imposibilidad de meter una vida entera en los márgenes de un relato cinematográfico, o si se prefiere, la imposibilidad última del cine de captar todos los matices de una existencia humana en toda su plenitud. Loable es que lo haya intentado, como también lo es que ponga de relieve esa imposibilidad.


Imprime la leyenda: Hércules (Hercules, 2014), de Brett Ratner.- Acaso fuera porque, con franqueza, no me esperaba nada del director de, cielos, las tres entregas de Hora punta, Family Man o El gran golpe, y de las algo mejores —no mucho— X-Men: La decisión final y El dragón rojo, mas lo cierto es que esta nueva versión de Hércules me ha supuesto una grata sorpresa. A falta de haber visto la reciente Hércules: El origen de la leyenda —hace ya mucho tiempo que perdí todo interés por el cine de Renny Harlin—, el Hércules de Brett Ratner me ha parecido harto curioso y, a ratos, mucho más logrado de lo que cabía esperar, hasta el punto de que ahora mismo no me costaría demasiado afirmar que nos hallamos ante el mejor trabajo de su habitualmente desafortunado realizador.


A falta de conocer el cómic de Steve Moore en el que se inspira, y por tanto partiendo de que lo que voy a explicar a continuación puede ser mérito de aquél, este nuevo Hércules llama la atención por su mirada irónica y su sarcástica desmitificación del héroe mitológico. Su primera secuencia resulta significativa. En la misma, asistimos a una escueta visualización de algunas de las más famosas hazañas del fornido héroe mitológico, concretamente tres de los doce célebres “trabajos” de los cuales habla la mitología grecorromana: matar a la Hidra de Lerna, al Jabalí de Erimanto y al León de Nemea. La visualización va acompañada por la voz de off de un narrador, la de Iolaus (Reece Ritchie), como luego sabremos sobrino de Hércules (Dwayne Johnson). No tardaremos en descubrir que el relato de Iolaus no es sino un ardid para distraer a los guerreros que le han capturado y que están a punto de matarle mientras su tío viene a rescatarle. Por cierto, durante la visualización de esos tres “trabajos”, el rostro del protagonista permanece oculto en la oscuridad, potenciando en este caso la aureola mitológica-legendaria que rodea al héroe, en concordancia con el carácter fabuloso de sus hazañas. No será hasta que Hércules acude al rescate de Iolaus cuando su rostro se revela al espectador en un primer plano que hace ostentoso, por cierto, que la piel de león con la que cubre su cabeza, y que se supone es la del León de Nemea, no se corresponde con la gigantesca testuz de la bestia visualizada en los flashbacks. Hay algo, en definitiva, que no “cuadra”.


Poco tardaremos en averiguar que, efectivamente, “este” Hércules no es el de toda la vida, sino un rufián que ni tan siquiera ha llevado a cabo sus “doce trabajos” en solitario, sino con la ayuda de un grupo de mercenarios que le acompañan y a los que lidera; de hecho, los títulos de crédito finales —imitación, todo hay que decirlo, de los de 300 (ídem, 2006, Zack Snyder)— reiteran que los compañeros de Hércules, Amphiaraus (Ian McShane), Autolycus (Rufus Sewell), Tydeus (Aksel Hennie), Atalanta (Ingrid Bolso Berdal) y su ya mencionado sobrino Iolaus, le echaron algo más que una mano a la hora de consumar esas hazañas… Hércules, versión 2014, arroja por tanto una inesperada mirada irónica y suavemente desmitificadora sobre el héroe mitológico, que se refuerza además mediante el añadido de la sospecha —por más que Ratner y los guionistas Ryan Condal y Evan Spiliotopoulos no se atrevan a llevarla hasta el final— de que el mismísimo Hércules podría haber sido el responsable del asesinato de su propia esposa Megara —una Irina Shayk vista y no vista, a pesar de que buena parte de la campaña publicitaria de cara al lanzamiento del film se haya fabricado en torno a su imagen— y sus tres pequeños hijos, bajo los efectos de una droga alucinógena. Todo ello está contado con considerable eficacia, dentro de su condición de producto mainstream de rápido consumo, no faltando a pesar de todo algunos momentos inspirados. Señalo el vigor de las secuencias de acción, y en particular, las de batalla, en las cuales Ratner inserta en los momentos adecuados planos generales en picado que permiten distinguir la posición de los bandos enfrentados y el desarrollo del combate. Se agradecen las pinceladas, bien dosificadas, mediante las cuales se describen algunos personajes secundarios, caso de Amphiaraus, quien afirma saber cuándo y cómo va a morir, o de Tydeus, un guerrero que no habla y cuyas noches son un hervidero de pesadillas como consecuencia de los horrores que presenció de niño; no puede decirse lo mismo del personaje de Atalanta, la consabida concesión a la “corrección política”, o el de Autolycus, el cual se ve a la legua que en el último momento regresará al lado de sus compañeros de fatiga para echarles una mano aún habiéndolos abandonado con su parte del botín.        

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2013/06/viaje-grecia-antes-del-anochecer-de.html

sábado, 25 de octubre de 2014

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de NOVIEMBRE 2014, ya a la venta



El núm. 351 de Imágenes de Actualidad dedica el grueso de su portada a dos de las más esperadas películas de las cuales se ofrecen extensos reportajes dentro de la sección Primeras Fotos: Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, 2015), de Joss Whedon, y American Sniper (2014), de Clint Eastwood. La sección se completa con sendos avances de la nueva película de Michael Mann, Blackhat (Amenaza en la red) (Blackhat, 2015), y de Venganza 3 (Taken 3, 2015), de Olivier Megaton. El protagonista de esta última, Liam Neeson, quien asimismo estrena dentro de poco entre nosotros el thriller Caminando entre las tumbas (A Walk Among the Tombstones, 2014, Scott Frank), es objeto de una entrevista.


Otros destacados contenidos son los extensos reportajes de los dos estrenos con mayor potencial comercial de este mes de noviembre: Interstellar (ídem, 2014), de Christopher Nolan, que se complementa con Los confines del universo, artículo dedicado al cine de ciencia ficción que ha abordado de un modo u otro el tema de los agujeros de gusano; y Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 1 (The Hunger Games: Mockingjay – Part 1, 2014), de Francis Lawrence. Este reportaje, y el del film Escobar: Paraíso perdido (Escobar: Paradise Lost, 2014), de Andrea Di Stefano, se complementan con un retrato de Josh Hutcherson, intérprete de ambas películas. Otros films destacados son La conspiración de noviembre (The November Man, 2014), de Roger Donaldson; la ganadora del Festival de Sitges Orígenes (I Origins, 2014), de Mike Cahill; John muere al final (John Dies at the End, 2012), de Don Coscarelli; Blue Ruin (ídem, 2013), de Jeremy Saulnier; Matar al mensajero (Kill the Messenger, 2014), de Michael Cuesta; Alexander y el día terrible, horrible, espantoso, horroroso (Alexander and the Terrible, Horrible, No Good, Very Bad Day, 2014), de Miguel Arteta; y Juegos sucios (Cheap Thrills, 2013), de E.L. Katz, que se complementa con un artículo dedicado al Mumblegore. El terror de estar vivo. Y las secciones Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


La leyenda de la mansión del infierno (The Legend of Hell House, 1973), de John Hough, escrita por Richard Matheson a partir de su excelente novela La casa infernal, es el Cult Movie que he escrito este mes: “una producción de nacionalidad británica producida bajo el sello Academy Pictures Corporation y distribuida por Fox. Queriendo jugar sobre seguro en lo que iba a ser su nueva etapa en solitario, [el productor James H.] Nicholson reincidió en un género y un autor que conocía bien: el terror y el gran escritor Richard Matheson (1926-2013), bien conocido por los amantes del fantástico por su formidable obra literaria y las adaptaciones a cine y televisión de novelas como «Soy leyenda» –“The Last Man on Earth” (Sidney Salkow, 1964), “El último hombre... vivo” (Boris Sagal, 1971; ver Cult Movie en núm. 275), “Soy leyenda” (Francis Lawrence, 2007)–, «El hombre menguante» –“El increíble hombre menguante” (Jack Arnold, 1957; núm. 338)–, «En algún lugar del tiempo» –“En algún lugar del tiempo” (Jeannot Szwarc, 1980)–, «Más allá de los sueños» –“Más allá de los sueños” (Vincent Ward, 1998)– o «El último escalón» –“El último escalón” (David Koepp, 1999)–, y de los cuentos que dieron pie a “El diablo sobre ruedas” (Steven Spielberg, 1971; núm. 335), “The Box” (Richard Kelly, 2009) y “Acero puro” (Shawn Levy, 2011)”.


Completo mi contribución a este número con las críticas de [Rec] 4 (2014), de Jaume Balagueró, que miren ustedes por dónde no me ha parecido tan despreciable como se ha dicho…,


…y de la magnífica película de Alberto Rodríguez La isla mínima (2014), una más que grata sorpresa.  

Versión digital “Imágenes de Actualidad”: https://visualmaniac.com/revistas/imagenes-de-actualidad/350-octubre-2014#.VEuERvmsUps     
Versión digital “Dirigido por…”:
Libros de Dirigido Por: http://tienda.dirigidopor.com/
Facebook “Dirigido por…”: www.facebook.com/#!/dirigidopor
Facebook “Imágenes de Actualidad”: www.facebook.com/imagenesdeactualidad
E-mail redacción: redaccion@dirigidopor.com
E-mail pedidos libros, números atrasados y suscripciones: suscripciones@dirigidopor.com



sábado, 18 de octubre de 2014

“DIRIGIDO POR…” de OCTUBRE 2014, a la venta



Con notable retraso con respecto a su salida en puntos de venta, pues lo hizo a principios de este mes de octubre (no me cansaré que repetir que hago este blog como hobbie y en mi tiempo libre, y últimamente no he gozado de demasiado), anuncio el contenido del núm. 448 de Dirigido por…, cuya portada ocupa la esperada nueva película de David Fincher Perdida (Gone Girl, 2014), cuya crítica ha firmado Ricardo Morato, y que se complementa con una entrevista exclusiva con Fincher, que escribe Gabriel Lerman.


También hay que destacar el estudio dedicado a Antoine Fuqua que ha escrito Quim Casas, con motivo del estreno en cines españoles de la más reciente propuesta de este realizador: The Equalizer (El protector) (The Equalizer, 2014).


Ahora bien, otro plato fuerte de este número, si no el que más, es la primera entrega de un dossier en dos partes dedicado al Terror USA: Generación de los 70. Esta primera entrega está compuesta por un artículo de presentación, Renovación temática y nuevas apuestas formales, escrito por Quim Casas. Lo acompañan sendos artículos dedicados a tres personalidades del cine fantástico estadounidense surgidos y/o consolidados en el período estudiado: George A. Romero. Las crónicas del gran declive, de Ángel Sala; John Carpenter. El clasicismo sin coartadas, de Jordi Batlle Caminal; y Larry Cohen. Serie B y pensamiento radical, de Antonio José Navarro. Los artículos van acompañados de una serie de antologías de films de los cineastas mencionados: La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) [Gerard Casau], Zombi (Dawn of the Dead, 1978) [Diego Salgado], Creepshow (ídem, 1982) [de un servidor], La mitad oscura (The Dark Half, 1993) [Beatriz Martínez], La noche de Halloween (Halloween, 1978) [Roberto Alcover Oti], La niebla (The Fog, 1980) [Ricardo Aldarondo], La cosa (The Thing, 1982) [que también firmo yo], En la boca del miedo (In the Mouth of Madness, 1994) [Antonio José Navarro], ¡Estoy vivo! (It’s Alive, 1974) [Tonio L. Alarcón] y La serpiente voladora (Q/The Winged Serpent, 1982) [Gerard Casau].


El resto del contenido del número incluye una crítica destacada de Winter Sleep (Sueño de invierno) (Kis uykusu, 2014), de Nuri Bilge Ceylan, obra de Quim Casas; la crónica del Festival de Venecia 2014, firmada por Nicolás Ruiz; las siguientes series recogidas en la sección Televisión: Orange is the New Black (ídem, 2013- ), cuya 2ª temporada comenta Tonio L. Alarcón, The Leftovers (ídem, 2014- ), 1ª temporada, vista por Quim Casas, y The Strain (ídem, 2014 ), 1ª temporada, abordada por Antonio José Navarro; y las secciones Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; Banda sonora, de Joan Padrol; y Cinema Bis, dedicada este mes a Il demonio (1963), de Brunello Rondi, analizada por Ramon Freixas.  


Contribuyo, como digo, a este número de Dirigido por… con un par de antologías del dossier Terror USA: Generación de los 70, las ya mencionadas de la simpática Creepshow, de George A. Romero (de la cual también hablé recientemente en el núm. 350 de Imágenes de Actualidad, dentro de la sección Cult Movie —1—)…


…y la magnífica La cosa, de John Carpenter.


También firmo tres críticas: la del excelente film del siempre interesante Lasse Hallström Un viaje de diez metros (The Hundred-Foot Journey, 2014)…


El veredicto (Het vonnis, 2013), una buena película de Jan Verheyden…


… y Mi vida ahora (How I Live Now, 2013), otra atractiva aportación de Kevin Macdonald.




Versión digital “Imágenes de Actualidad”: https://visualmaniac.com/revistas/imagenes-de-actualidad/350-octubre-2014#.VEJwpvmsXTo     
Versión digital “Dirigido por…”:
Libros de Dirigido Por: http://tienda.dirigidopor.com/
Facebook “Dirigido por…”: www.facebook.com/#!/dirigidopor
Facebook “Imágenes de Actualidad”: www.facebook.com/imagenesdeactualidad
E-mail redacción: redaccion@dirigidopor.com
E-mail pedidos libros, números atrasados y suscripciones: suscripciones@dirigidopor.com