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sábado, 30 de mayo de 2015

Todo por la patria: “CAZA TERRORISTA”, de PAUL SCHRADER



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Dying of the Light (2014), film inédito en salas españolas pero que se estrena entre nosotros en formato doméstico con el título de Caza terrorista, viene precedido de una turbulenta “mala fama”, como consecuencia de las manipulaciones llevadas a cabo por su productora, Grindstone Entertainment Group. Su guionista y director, Paul Schrader, con el apoyo de los dos principales intérpretes, Nicolas Cage y Anton Yelchin, y el aquí productor ejecutivo Nicolas Winding Refn, ha expresado que la versión de la película que ahora conocemos es el resultado de un remontaje llevado a cabo sin su aprobación, incluyendo una manipulación de su banda sonora tampoco autorizada por él. Echando más leña al fuego, el director de fotografía Gabriel Kosuth denunciaba, en una carta publicada en Variety el pasado 8 de diciembre, que toda su labor de iluminación había sido alterada digitalmente por la productora, arruinando completamente el diseño cromático llevado a cabo en estrecha colaboración con Schrader, y con ello, el sentido “emocional” que la elección que dicha paleta de colores tenía. Por tanto, Caza terrorista no es la película que Schrader quería hacer, sino tan solo algo que se le parece. Pese a todo, asumiendo que el film tal y como lo conocemos no “es” de su autor, con todas sus irregularidades, y a falta de haber visto The Canyons (2013) en el momento de escribir estas líneas, Caza terrorista me parece el trabajo más interesante de Schrader desde Desenfocado (Auto Focus, 2002).


Cierto es que en Caza terrorista se echa en falta el refinamiento estético propio del firmante de American Gigolo (ídem, 1980), El beso de la pantera (Cat People, 1982), Mishima (Mishima: A Life in Four Chapters, 1985), Posibilidad de escape (Light Sleeper, 1992) y, sobre todo, la que me parece su obra maestra hasta la fecha, El placer de los extraños (The Comfort of Strangers, 1990); refinamiento visual presente incluso en un título dramáticamente tan fallido pero visualmente tan curioso como Forever Mine (ídem, 1999). Pero, aun ignorando si la película, tal y como la conocemos, fue construida por su autor de esta manera, Caza terrorista tiene mucho, y muy bueno, de la personalidad de esa fascinante mezcla de calvinista moralista y cineasta formalista que es Paul Schrader. El arranque me parece excelente: el agente de la CIA Evan Lake (Nicolas Cage, en su mejor interpretación en años), atado a una silla e indefenso, recibe una brutal paliza a manos del terrorista islamista Muhammad Banir (Alexander Karim) y sus hombres, quienes le someten a un despiadado interrogatorio en el curso del cual le mutilan parcialmente una oreja. Salvado de la muerte in extremis, recuperamos a Lake veintidós años después, luciendo todavía una fea cicatriz en su pabellón auditivo y lanzando un agresivo discurso patriótico a un puñado de jóvenes reclutas de la CIA. Pero las cosas ya no son las mismas para el protagonista: es verdad que ahora disfruta de un trabajo administrativo tranquilo, alejado de la línea de fuego, pero esa paz no le reconforta, sobre todo a partir del momento en que un joven colega suyo y amigo de confianza dentro de la Agencia, Milton Schultz (Anton Yelchin), le informa de que, contrariamente a lo que dicen todos los informes oficiales, Muhammad Banir sigue vivo. Este último no está mejor que Luke, ni mucho menos: vive escondido, y padece una enfermedad en fase terminal; es, precisamente, el rastro de un raro medicamento que Banir necesita la pista que le ha permitido a Schultz averiguar el paradero del terrorista. A pesar de sus esfuerzos, Luke no logra convencer a la Agencia de que reabran la búsqueda y captura de Banir, por lo que, con la única ayuda de Schultz, decide atraparle él mismo, por su cuenta y riesgo.


Luke y Banir son los polos opuestos de un choque de civilizaciones. Son, también, dos hombres a punto de apagarse: no solo Banir sufre una dolencia que le ha puesto a las puertas de la muerte: también Luke está afectado por una enfermedad cerebral cuyos primeros síntomas son desorientación y ocasionales pérdidas de memoria, como preludio a una muerte segura que se producirá en poco tiempo. No deja de resultar paradójico que el patriota Luke, el iracundo Luke, quien ha convertido su trabajo para la CIA en el eje de su existencia, una existencia, además, sustentada sobre su templanza personal y su capacidad para recordarlo todo, ahora se vea convertido en un hombre alcoholizado y envejecido prematuramente que está a punto de perder la memoria, es decir, alguien a punto de olvidar todo aquello por lo que ha luchado: por lo que ha vivido. Caza terrorista es una de las películas “de acción” menos heroicas que haya producido en estos últimos tiempos el cine norteamericano.


Evan Luke es un clásico antihéroe de Paul Schrader, empeñado en superar sus circunstancias personales —en su caso, como acabamos de ver, la captura de ese terrorista que se le escapó en el pasado y del cual quiere, digámoslo claro, vengarse—, y de paso, purgar sus viejos pecados; están presentes de nuevo, y como siempre en su autor, la culpa y el remordimiento, la expiación y el perdón de los pecados. Un sentimiento que, paradójicamente, no descubrimos en Banir, un islamista radical al cual la enfermedad ha “ablandado”, hasta cierto punto (sigue siendo un asesino implacable), pero que a estas alturas de su existencia solo piensa en pasar desapercibido, intentar curarse o, una malas, morir con la mayor placidez posible. En cambio, Luke es un hombre que vive en el pasado y para el pasado: su discurso a los novatos, ya mencionado, exalta los valores nacionales y el patriotismo, a pesar de que él mismo es consciente de que se trata de conceptos gastados, que solo pueden seguir motivando a jóvenes inmaduros o a mentes simples; en su periplo por Europa junto a Schultz, Luke se reencuentra con Michelle Zuberain (Irène Jacob), una antigua agente de la CIA que en el pasado fue su amante, la cual le ayuda en su investigación en pos de la pista de Banir, en un gesto que puede verse como una especie de despedida de este mundo: de última voluntad para un condenado a muerte.



Caza terrorista está recorrida por una amargura y escepticismo que permite arrojar interesantes digresiones sobre cuestiones de actualidad, como el actual conflicto —¿o Tercera Guerra Mundial encubierta?— entre Occidente y Oriente, o la indiferencia con que se miran el pasado quienes no lo han vivido (ergo, sufrido) en sus carnes: los superiores jerárquicos de Luke se niegan a prestarle su apoyo en su intento de reabrir la busca y captura de Banir, perezosos y previamente convencidos de que el terrorista ya está muerto, y aferrados a la peligrosa idea de que es mejor no remover el pasado (lo cual es el caldo de cultivo perfecto para repetir los errores de ese pasado, si cabe, corregidos y aumentados); en suma, ninguno de los jefes de Luke puede entender sus motivaciones, porque ninguno de ellos fue sometido, como él, a una atroz tortura física: ninguno de ellos sabe lo que es el dolor. Dolor, precisamente, que es lo que marca en todo momento el devenir del relato: Luke sufre, como digo, pérdidas de memoria, preludio de que su final no está muy lejos; Banir se desplaza dificultosamente en su cubil, valiéndose para ello de un bastón, y suele pasarse el día sentado o postrado en su lecho… Pero, a pesar de ello (o, precisamente, por ello), Luke y Banir siguen siendo personas temibles, como si Schrader sugiriera de este modo que quienes han vivido perpetuamente en el dolor se apoyan, asimismo, en el dolor (sea el propio o el ajeno) para continuar existiendo. En contraposición a ese estado anímico, que impregna en muchos momentos el relato de una manera agobiante, las (escasas) escenas de acción y violencia tienen un tratamiento seco y austero, si bien contundente: el asesinato de uno de los hombres de Banir a manos de Schultz, quien le apuñala tras una fatigosa persecución a pie; el tiroteo al borde de la piscina, con las balas taladrando los cuerpos semidesnudos, indefensos, de los bañistas; la pelea final, cuerpo a cuerpo, cara a cara, de Luke y Banir… El auténtico dolor no está en la violencia rápida y fulminante, sino en el oscuro pozo sin fondo en que se ha convertido el alma de los protagonistas. 


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