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jueves, 30 de junio de 2016

“CONAN EL DESTRUCTOR”, de RICHARD FLEISCHER, en FACEBOOK





“DIRIGIDO POR…” de JULIO-AGOSTO 2016, a la venta



Dirigido por…, núm. 468, correspondiente al período estival, pone en portada su principal contenido: el largo tiempo anunciado dossier dedicado a William Friedkin.


La primera entrega de este dossier en dos partes consta de los siguientes artículos: Locura y ley, de Luis Pérez Ochando, donde se realiza una panorámica general sobre su vida y trayectoria profesional; El documental, de Antonio José Navarro, en el que se aborda su contribución a este género en los inicios de su carrera como cineasta; El cine de terror, de Elisa McCausland, donde se habla de sus dos aportaciones a este otro género, la famosísima El exorcista (The Exorcist, 1973) (1), y la bastante menos prestigiada La tutora (The Guardian, 1990); una entrevista original del año 1973, realizada en el momento del estreno en los Estados Unidos de El exorcista; El cine-teatro, escrito por un servidor, donde se analizan cuatro películas para cine y televisión basadas en otras tantas obras de teatro, The Birthday Party (1968), Los chicos de la banda (The Boys in the Band, 1970), Doce hombres sin piedad: Veredicto final (12 Angry Men, 1997) y Bug (2006); y Su obra televisiva, de Tonio L. Alarcón, centrada en sus trabajos para la mal llamada “pequeña pantalla”: Off Season (1965), su episodio para la serie La hora de Alfred Hitchcock; Rastreros (Nightcrawlers, 1985), episodio para Más allá de los límites de la realidad; los telefilms Grupo antiterrorista (C.A.T. Squad, 1986) y Grupo antiterrorista II (C.A.T. Squad: Python Wolf, 1988); Los fugitivos (Jailbreakers, 1994), episodio de la serie Rebel Highway; Como un beso en su pecho (On a Deadman’s Chest, 1992), episodio para Historias de la cripta; y los capítulos Cucarachas (Cockroaches, 2007) y Máscara (Mascara, 2009), que firmó para C.S.I.: Las Vegas.


Otros destacados contenidos de este número son las extensas reseñas de Café Society (ídem, 2016), de Woody Allen [Ángel Sala]; Sunset Song (ídem, 2016), de Terence Davies [Quim Casas]; Mi amigo el gigante (The BFG. 2016), de Steven Spielberg [Ricardo Aldarondo]; Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!, 2016), de Richard Linklater [Quim Casas]; Esperando al rey (A Hologram for the King, 2016), de Tom Tykwer [Israel Paredes Badía]; y el comentario conjunto de dos películas del británico Peter Strickland, Berberian Sound Studio (ídem, 2012) y The Duke of Burgundy (ídem, 2015) [Ramon Freixas & Joan Bassa].


Completando este número, hallamos también el comentario de La matanza de Texas 3D (Texas Chainsaw 3D, 2013), de John Luessenhop, dentro de la sección Fuera de Campo [Antonio José Navarro]; los de Juego de tronos, T.5 [que también he escrito yo] y Juego de tronos, T.6 [Aurélien Le Genissel], Z Nation [Antonio José Navarro] y The Girlfriend Experience [Diego Salgado], para la sección Series TV; una entrevista con Paul Feig, elaborada por Roberto Morato, con motivo del estreno este verano de Cazafantasmas (Ghostbusters, 2016); el artículo In Memoriam dedicado a Pedro Costa [Ramon Freixas & Joan Bassa]; la sección Home Cinema, con comentarios de Quim Casas, Antonio José Navarro, Tonio L. Alarcón, Ramon Freixas & Joan Bassa, Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Emilio Martín Luna y un servidor; la sección Cine On-Line, con comentarios de Israel Paredes Badía, Joaquín Torán y quien esto suscribe; la sección Libros, con comentarios de Ramon Freixas, Quim Casas, Israel Paredes Badía, Ricardo Aldarondo y Óscar Brox; la sección Banda Sonora, de Joan Padrol; la sección Cinema Bis, que este mes incluye un comentario del film de Emilio P. Miraglia La dama rosa mata siete veces (La dama rossa uccide sette volte, 1972) [Ramon Freixas & Joan Bassa]; y la sección Críticas, con reseñas de otros estrenos.


Mi participación en este número de Dirigido por… consiste, como ya he señalado, en el artículo para el dossier William Friedkin El cine-teatro, donde comento The Birthday Party, Los chicos de la banda, Doce hombres sin piedad: Veredicto final y Bug.


También firmo las críticas de la magnífica Buscando a Dory (Finding Dory, 2016), de Andrew Stanton y Angus MacLane…,


…y de la correcta película de Stephen Frears The Program (El ídolo) (The Program, 2015).


Comento, como también he apuntado, la incomprensiblemente subvalorada quinta temporada de Juego de tronos, para la sección de Series TV.


Participo en la sección Home Cinema comentando la aparición en DVD de un aceptable film de Peter Godfrey, La dama de blanco (The Woman in White, 1948).


También lo hago en la sección Cine On-Line, aportando el comentario de otra interesante película de terror de Mike Flanagan, Somnia (Antes de despertar) (Before I Wake, 2016).


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martes, 28 de junio de 2016

Aquí (también) vive el horror: “EXPEDIENTE WARREN: EL CASO ENFIELD”, de JAMES WAN



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Lo peor de Expediente Warren: El caso Enfield (The Conjuring 2, 2016), o como mínimo lo más discutible, reside en el hecho de que su construcción dramática y estructura narrativa son demasiado parecidas a las de Expediente Warren (The Conjuring, 2013) (1). Ese inconveniente tiene a la vez aspectos positivos y negativos, pero empezaremos por estos últimos; el primero de todos, la sensación de déjà vu de una película concebida como continuación de la preexistente, y como tal, muy dependiente de la misma. De la cual, justo es reconocerlo, tan solo se recupera una brevísima escena que, a modo de flashback, mostraba el terror de Lorraine Warren (Vera Farmiga) la primera vez que, en el curso de un violento exorcismo, vio, cara a cara, al Maligno.


Bajo cierto punto de vista, Expediente Warren: El caso Enfield no sería más que una variante o reformulación del primer Expediente Warren. Ambos films hacen gala de una construcción dramática y narrativa muy parecida: una primera secuencia que, a modo de prólogo y para ir “abriendo boca”, provoca los primeros sobresaltos del espectador, en Expediente Warren, la historia de la muñeca Annabelle, en El caso Enfield, una inesperada revisión –relativa, habida cuenta de que los auténticos Ed y Lorraine Warren estuvieron metidos en el asunto– de la famosísima “casa maldita” de Amityville; una presentación de la, de nuevo, humilde familia que se convertirá en principal objetivo de las fuerzas sobrenaturales malignas, formada por una madre –Peggy Hodgson (Frances O’Connor)– y sus cuatro hijos –Janet (Madison Wolfe, excelente), Margaret (Lauren Esposito), Billy (Benjamin Haigh) y Johnny (Patrick McAuley)–, residentes en la barriada obrera londinense de Enfield a finales de los años setenta; y el descubrimiento final –si bien precedido de diversas intuiciones previas al respecto– de que, detrás de las apariciones del fantasma del anterior habitante de la casa de Peggy y sus hijos –el anciano Bill Wilkins (Bob Adrian)–, no hay sino la presencia de un ente demoníaco. Todo esto resulta comprensible, hasta cierto punto, dada su condición de secuela, en virtud de lo cual hay que ofrecer más-de-lo-mismo, si bien con algunas variantes, a fin de que no se note demasiado la dependencia de la nueva película con respecto a la original. A ello hay que añadir, además, puntuales influencias –ya presentes en Expediente Warren– a El exorcista (The Exorcist, 1973, William Friedkin) o a Poltergeist (Fenómenos extraños) (Poltergeist, 1982, Tobe Hooper). Por todo lo cual, Expediente Warren: El caso Enfield vendría a ser, según algunos (entre los que no me incluyo), la enésima demostración de la-falta-de-originalidad-del-cine-comercial-norteamericano, etcétera, etcétera; discurso viejo y desfasado donde los haya.


Desde otro punto de vista, el hecho de que El caso Enfield sea, precisamente, una variante o una reformulación del primer Expediente Warren es lo que le confiere un interés adicional. Llegados a este punto, no se trata ni mucho menos de defender a ultranza al realizador James Wan por el hecho, dirán, de que se trata de un cineasta que me interesa, hasta el punto de haberle dedicado un estudio publicado en papel (2), e incluso de haber “defendido” una (otra) secuela aparentemente tan “indefendible” como Fast & Furious 7 (Furious 7, 2015) (3); suponiendo, claro está, que haya que “defender” a alguien por el mero hecho de que te gusta o te resulta interesante. Expediente Warren: El caso Enfield vuelve a demostrar algo muy evidente dentro del cine de Wan: que el director no desprecia hacer una secuela, tanto da que sea de una franquicia ajena –Fast & Furious 7–, como de una propia –Insidious Capítulo 2 (Insidious: Chapter 2, 2013), continuación de la que, para mi gusto, sigue siendo su mejor película hasta la fecha, Insidious (ídem, 2010)–; y que, cuando no ha aceptado hacer secuelas de un film propio –las de Saw (ídem, 2004)–, ha hecho gala de una notable prudencia.


Expediente Warren: El caso Enfield logra algo que Wan no consiguió en su peor película hasta la fecha, Insidious: Capítulo 2: construir una secuela que, con todos los inconvenientes inherentes a su condición de continuación con fines comerciales (la explotación de un filón), sabe sacar provecho de ese carácter de franquicia. Por ejemplo, y volviendo a algo que ya hemos comentado, El caso Enfield repite formalmente la presentación de la familia protagonista ya ensayada en el primer Expediente Warren, travellings recorriendo la vivienda incluidos; pero esta repetición establece, por así decirlo, una “pauta” que acaba siendo engañosa para el espectador, habida cuenta de que, en esta ocasión, la presentación de la casa de los Hodgson no sirve para darle pistas al público sobre dónde se va a manifestar el horror y dónde, quizá, no; por el contrario, se le crea a la audiencia una falsa sensación de espacios seguros e inseguros, la cual no tarda en romperse a partir del momento en que, literalmente, cualquier rincón del decorado es propicio a la manifestación del terror. En un momento dado, a la pequeña Jenny, objetivo principal de las fuerzas del Mal, la vemos dormir en compañía de su madre y sus hermanos en el salón de la vivienda (un espacio, en principio, “seguro”), y de repente, la vemos atravesar (¿despierta, dormida?) el techo de la sala y yendo a parar, mágicamente, de regreso a su dormitorio, espacio “inseguro” en cuanto lugar elegido por el Mal para manifestarse con frecuencia. Naturalmente que habrá quien interprete esto como una “trampa” por parte del realizador, copartícipe del guion junto con Carey y Chad Hayes y David Leslie Johnson. ¿Pero acaso no es “coherente”, si es que de coherencia puede hablarse en una película de género fantástico, que en ella pueda suceder cualquier cosa imposible?


De hecho, lo sobrenatural no parece tener aquí límite geográfico alguno, pudiendo manifestarse tanto en el interior de esa pequeña tienda de campaña de juguete donde los niños tienen montado un zootropo del Hombre Torcido (el inefable Javier Botet), como en una humilde sala de estar y a través de las inesperadas interferencias en un aparato de televisión con mando a distancia, pasando por un armarito de las tuberías donde la poseída Jenny consigue encajar su cuerpo de manera inverosímil, esa cocina en la que la presencia de lo maligno se manifiesta a través de una serie de cuchillos clavados en una mesa, o ese sótano anegado que se convierte en un escenario que parece extraído de la notable Silencio desde el mal (Dead Silence, 2007).


Wan asume, con honestidad y hasta sus últimas consecuencias, la condición de secuela de El caso Enfield. Una actitud en la cual podemos interpretar, si bien quizá apurando mucho, una postura similar a la de los cultivadores del cine fantástico japonés, quienes gustan no tanto de ofrecer algo “original” (suponiendo, claro está, que eso exista en cine) como, sobre todo, de plantear variantes de esquemas clásicos tradicionales y perfectamente reconocibles: recordemos, al respecto, ejemplos paradigmáticos como los de Hideo Nakata y Takashi Shimizu, y que, si bien formado profesionalmente en Occidente, Wan es de origen oriental. Pero no es solo esa asunción honesta y sincera de lo que está haciendo: esto último de poco valdría si no viniese respaldado por un trabajo de realización que se sitúa muy por encima de lo que plantea, casi arrancando interés y fuerza de donde no lo hay. A pesar de algunos momentos convencionalmente resueltos –cf. el montaje de planos cortos con fondo musical que sirve a Wan para ubicar la acción en Londres, que recuerda a las escenas “musicales” de presentación de las distintas ciudades del mundo donde se ubicaba la acción de Fast & Furious 7–, o que remiten en exceso a lo ya visto en el primer Expediente Warren, El caso Enfield convence gracias a la intensidad e inventiva de sus mejores fragmentos.


El vigor de la puesta en escena de Wan se percibe, de nuevo y sin ir más lejos, en la secuencia preliminar ambientada en la casa de Amityville. De entrada, tiene su gracia que, en vez de abrir dicha secuencia de la manera tradicional, es decir, mediante un plano general exterior de la fachada de la célebre vivienda “encantada”, con sus dos famosos ventanales parecidos a ojos brillando a la luz de una tormenta con gran aparato eléctrico, lo que hace Wan es colocar la cámara dentro de la buhardilla de la casa, enfocando los famosos ventanales desde el interior, y creando unos segundos de incertidumbre, los cuales se despejan tan pronto como se superpone en pantalla el rótulo “Amityville, 1976”. También demuestra una notable habilidad e inventiva a la hora de visualizar, de nuevo, los famosos asesinatos cometidos por Ronald DeFeo Jr. –y más a la vista de un precedente tan estupendo como el de Terror en Amityville (The Amityville Horror, 1979, Stuart Rosenberg) (4)–: Lorraine Warren “sale” de su cuerpo durante una sesión de espiritismo en el salón de la casa, y “conecta” con DeFeo, hasta el punto de colocarse a ratos en el lugar del asesino, cargando su rifle y descargándolo sobre los cuerpos de su familia; así, en vez de mostrar en contraplano a la familia de DeFeo recibiendo los disparos, lo que hace Wan es cortar y, por salto de montaje, “aparecen” sobre los cadáveres las manchas de sangre de sus heridas mortales.


El componente onírico está más acentuado que en el primer Expediente Warren, acercando El caso Enfield a un terreno muy similar al de las dos entregas de Insidious (tres, si añadimos la mediocre segunda secuela firmada por Leigh Whannell, colaborador habitual de Wan aquí ausente por completo). Ya hemos mencionado el momento en que Jenny es arrastrada a su dormitorio a través del techo del salón. Podemos añadir, en el prólogo de Amityville, el primer encuentro de Lorraine con una monja de aspecto demoníaco (Bonnie Aarons) y la visión premonitoria en la que presencia la horrible muerte de su esposo Ed (Patrick Wilson); en particular una secuencia aterradora, sin duda alguna una de las mejores que haya propuesto su autor: la que tiene lugar en casa de los Warren, cuando Lorraine queda encerrada en el despacho de su marido, y la sombra de la monja diabólica recorre las paredes de la estancia hasta detenerse detrás del cuadro al óleo que de ella ha pintado Ed tras verla en una de sus pesadillas: la imagen de las manos de la monja saliendo de detrás de la pared y sujetando el retrato es antológica.


La inventiva se halla presente en otros momentos puramente fantastiques. Esa escena, muy spielbergiana, en la que el pequeño Billy recibe la inquietante visita de un coche de bomberos de juguete que parece funcionar por voluntad propia. La ya famosa secuencia –muy publicitada, por no decir reventada, en los tráileres– en la que Jenny observa horrorizada cómo los numerosos crucifijos que adornan las paredes de su dormitorio se ponen cabeza abajo por sí solos (convirtiéndose, así, en señales del Anticristo), momentos antes de una nueva y aterradora aparición del espectro de Bill Witkins brotando de la oscuridad por el extremo derecho del encuadre. La magnífica escena en la que Ed Warren interroga al espíritu de Bill Witkins, después de que este haya tomado posesión del cuerpo de Jenny: Wan la resuelve, de forma tan sencilla como inquietante, mediante una serie de encuadres en los cuales vemos en primer plano a Ed, a la izquierda del cuadro, y a la derecha, la figura sentada en el sillón, desenfocada de manera que no percibimos con claridad si se trata de Jenny o del fantasma del anciano. Expediente Warren: El caso Enfield hace gala de tanta pericia en sus mejores momentos, y de tanta solvencia incluso en los peores o más intrascendentes, logrando mantener la tensión y el interés en todo momento, que se hace perdonar sus defectos, más de guion que de otra cosa.   

(4) Véase mi artículo publicado en el núm. 358 de Imágenes de Actualidad, junio 2015: http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2015/05/imagenes-de-actualidad-de-junio-2015-la.html    

sábado, 25 de junio de 2016

Debate sobre “VIEJOS CRÍTICOS, NUEVA CRÍTICA”, en “Perros verdes”




El pasado 17 de junio, el programa radiofónico Perros verdes de El estado mental, llevó a cabo un excelente debate que, bajo el genérico Viejos críticos, nueva crítica, presentado por Rosendo Chas y moderado por Diego Salgado, incluyó lúcidas intervenciones de los mencionados y de Elisa McCausland, Álvaro Peña y Víctor de la Torre. A pesar de la habitual limitación de todo este tipo de coloquios, la “imposibilidad” de dar nombres y apellidos so pena de ganarte enemistades de por vida y ser confinado al gueto de los “envidiosos”, este debate me parece muy ilustrativo y revelador del estado actual de las cosas.



viernes, 24 de junio de 2016

“WARCRAFT: EL ORIGEN”, de DUNCAN JONES, en FACEBOOK




“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de JULIO-AGOSTO 2016, a la venta



Los/as nuevos/as Cazafantasmas (Ghostbusters, 2016), de Paul Feig, acaparan la portada del núm. 370 de Imágenes de Actualidad, correspondiente a los dos meses de verano. El reportaje de este film se complementa con el artículo Ellas dan el golpe, en torno a otras versiones “femeninas” de otros éxitos del cine.


También se destacan en portada otros tres de entre los más espectaculares estrenos cinematográficos previstos para este verano: Independence Day: Contraataque (Independence Day: Resurgence, 2016), que se complementa con una entrevista con su realizador, Roland Emmerich; Mi amigo el gigante (The BFG, 2016), de Steven Spielberg; y Escuadrón suicida (Suicide Squad, 2016), de David Ayer, que se complementa con un retrato de uno de sus protagonistas, el ascendente Scott Eastwood.


A todo ello hay que sumar los reportajes dedicados a Jason Bourne (ídem, 2016), de Paul Greengrass; Star Trek: Más allá (Star Trek Beyond, 2016), de Justin Lin; Esperando al rey (A Hologram for the King, 2016), de Tom Tykwer; Infierno azul (The Shallows, 2016), de Jaume Collet-Serra; Money Monster (ídem, 2016), que se complementa a su vez con una entrevista con su realizadora, la actriz Jodie Foster; Election: La noche de las bestias (The Purge: Election Year, 2016), de James DeMonaco; Café Society (ídem, 2016), de Woody Allen; Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!, 2016), de Richard Linklater; Ahora me ves 2 (Now You See Me 2, 2016), de Jon M. Chu; el reportaje dedicado a dos películas del realizador Peter Strickland Berberian Sound Studio (ídem, 2012) y The Duke of Burgundy (ídem, 2014); La leyenda de Tarzán (The Legend of Tarzan, 2016), de David Yates, que se complementa con una entrevista con uno de sus intérpretes, Samuel L. Jackson; Pastel de pera con lavanda (Le goût des merveilles, 2015), de Éric Besnard; Zipi y Zape y la isla del capitán (2016), de Oskar Santos; Mi vida a los sesenta (Miss Sixty, 2014), de Sigrid Hoerner; Sunset Song (ídem, 2015), de Terence Davies; y las secciones Primeras Fotos, con avances de Jack Reacher: Never Go Back (2016), de Edward Zwick, y Snowden (2016), de Oliver Stone; Series TV, con reportajes del film estrenado directamente en Netflix The Do-Over (ídem, 2016), de Steven Brill, y de las series Stranger Things  y The Get Down; Además…, con el resto de estrenos previstos para julio y agosto; Noticias; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Hollywood Babilonia y Hollywood Boulevard, de Nacho González Asturias; Él dice, ella dice; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Se rueda, de Boquerini; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Libros, de Antonio José Navarro; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Mi contribución a este número consiste en el Cult Movie dedicado al primer Independence Day (ídem, 1996) de Roland Emmerich: “por encima de todo, una mezcla de ciencia ficción y discurso patriotero; o, mejor dicho, un panfleto recubierto por las convenciones de un tradicional relato de invasiones extraterrestres. Puede alegarse en descargo de Emmerich que buena parte del cine de ciencia ficción realizado en los Estados Unidos en la década de los 50 eran metáforas de la fobia anticomunista del momento, pero no es menos cierto que, en no pocas ocasiones, esas metáforas eran, además, excelentes films: “Ultimátum a la Tierra”, “La humanidad en peligro”, “La guerra de los mundos”, “La invasión de los ladrones de cuerpos”...”.


También firmo un par de críticas: la de la inesperadamente magnífica y muy poco “infantil” película de animación de Clay Kaytis y Fergal Reilly Angry Birds, la película (The Angry Birds Movie, 2016)…,


…y de la bastante endeble Alicia a través del espejo (Alice Through the Looking Glass, 2016), de James Bobin.

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lunes, 20 de junio de 2016

Una trama, dos variantes, un film: “AHORA SÍ, ANTES NO”, de Hong Sang-soo



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] La propuesta de Hong Sang-soo en Ahora sí, antes no (Ji-geum-eun-mat-go-geu-ddae-neun-teul-li-da, 2015) es tan sencilla, que roza lo simplón. Rápidamente explicado, consiste en narrar dos veces seguidas la misma trama argumental, asimismo muy sencilla –la relación entre Ham (Jeong Jae-yeong), un director de cine, y Yoon (Kim Min-hee), una pintora–, pero ofreciendo una serie de ligeras variaciones de desarrollo y, sobre todo, de tono la segunda vez que se narra lo mismo con respecto al primer relato. Por tanto, podemos decir que nos hallamos ante una misma trama argumental de la cual se nos ofrecen dos variantes dentro de un mismo film, o si se prefiere, que nos hallamos antes dos pequeñas películas ensambladas en un único largometraje que ofrecen otras tantas posibilidades, otras tantas distintas maneras, de contar lo mismo. Huelga añadir que el carácter experimental de semejante planteamiento resulta obvio. Lo que Hong parece querernos decir es que una misma trama es susceptible de ser narrada de dos, tres o más maneras diferentes, y que cada uno de estos distintos enfoques nace a la luz de pequeños cambios no solo a nivel de guion, diálogos y dirección de actores, sino también mediante pequeñas alteraciones en la planificación de la “segunda” película con respecto a la “primera”.


Por ejemplo, en la primera mitad del film (o, si se prefiere, en la primera de las dos películas casi idénticas que llenan sus 121 minutos de metraje), vemos cómo la joven Yoon se siente muy turbada por el hecho de estar en presencia de un famoso director de cine la primera vez que vemos la secuencia de su encuentro en el templo; en cambio, en la segunda mitad del film/ en la segunda película variante de la primera, Yoon muestra más aplomo ante Ham, no dejándose impresionar en demasía. Luego, si en la primera versión de la trama vemos a Yoon encajando con serenidad las críticas que Ham hace de sus pinturas, en la segunda versión Yoon se siente molesta por esas mismas críticas de Ham. Más adelante, en la secuencia de la cena en el restaurante de sushi, en la primera versión vemos a un Ham bastante borracho declarándole su amor a Yoon, mientras que en la segunda versión de la misma secuencia Ham también le confiesa sus sentimientos a Yoon, pero se muestra mucho más sereno. Asimismo, en la posterior reunión de Ham y Yoon en la cafetería con los amigos de esta última, Ham se muestra muy bebido pero lúcido, pero en la segunda versión, Ham llega al extremo de desnudarse, completamente borracho, ante las dos amigas de Yoon. Asimismo, en la primera versión, el regreso de Yoon a la casa que comparte con su madre es mucho más breve que en la segunda versión, donde vemos, en cierto sentido, “la trastienda” de la primera versión de la secuencia, es decir, cómo Ham ha acompañado a Yoon hasta su vivienda y la conversación que tienen en la calle poco antes de que la muchacha entre en casa.


La simplicidad de este planteamiento a nivel dramático, que se agota a partir de su mismo enunciado (toda la historia no ya del cine, sino del arte y de la cultura en general, está llena de ejemplos de variantes distintas de unos mismos temas, relatos o estructuras narrativas), se refleja a partir de la puesta en escena, asimismo muy sencilla, de Hong. El cineasta surcoreano recurre a una planificación aparentemente simple, si bien vehiculada sobre unos elaborados planos-secuencia, hasta el punto de que muchas secuencias están resueltas en un único encuadre de larga duración, bien sostenido por la excelente labor de los intérpretes (en particular Jeong Jae-yeong). Una planificación que, asimismo, intenta evitar en la medida de lo posible el estatismo mediante lentos o rápidos reencuadres, por medio de zooms asimismo lentos o rápidos, que pasan de plano general/ plano americano a plano medio, o mediante panorámicas a izquierda y derecha del cuadro, y sin perjuicio de que, en un momento dado, el realizador opte por volver a abrir el encuadre y dejarlo en la posición inicial.


Ahora sí, antes no es una pequeña y más bien modesta curiosidad que puede verse con simpatía siempre y cuando se acepte como lo que tan solo es: una obra modesta y sin pretensiones, que se limita a exponer, de la forma más simplificada posible, un enunciado que, como digo, tampoco va más allá ni resulta en absoluto novedoso. Ahora bien, que haya quien vea en esto no ya una obra maestra del cine (lo cual no me parece ni bien ni mal), sino incluso una revolución del lenguaje del cine, me resulta completamente incomprensible. No dudo de la honestidad de quien así lo cree sinceramente. Me limitaré a decir que, para que una película me parezca una obra maestra, tiene que dar más, mucho más de sí; y que un enunciado teórico, por correcto que pueda ser, tiene que estar visualizado de una manera más poderosa, más atractiva. Y es que no hay nada peor que la pretensión de domesticar el arte mediante criterios académicos que no hacen sino constreñirlo, empobrecerlo y dejarlo irreconocible.