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miércoles, 28 de septiembre de 2016

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de OCTUBRE 2016, a la venta



El estreno teóricamente más “fuerte” (ergo, comercial) de este mes de octubre, Doctor Strange (ídem, 2016), de Scott Derrickson, es el principal tema de portada del núm. 372 de Imágenes de Actualidad. El extenso reportaje de este film se complementa con un artículo, ¡Abracadabra!, sobre otros poderosos magos del cómic, el cine y la televisión.


Aparecen destacados en portada otros reportajes dedicados a otros tantos y esperados estrenos previstos para octubre: los de Inferno (ídem, 2016), de Ron Howard; Un monstruo viene a verme (A Monster Calls, 2016), que se complementa con una entrevista con su realizador, J.A. Bayona; y La chica del tren (The Girl on the Train, 2016), de Tate Taylor.


Destacan, asimismo, los reportajes dedicados a El contable (The Accountant, 2016), de Gavin O’Connor; Mike y Dave buscan rollo serio (Mike and Dave Need Wedding Dates, 2015), de Jake Szymanski, que se complementa con el retrato de una de sus protagonistas femeninas, Anna Kendrick; Ouija: El origen del mal (Ouija: Origin of Evil, 2016), de Mike Flanagan, complementado a su vez con un artículo sobre otros films que han abordado, en todo o en parte, el tema de los tableros ouija, Tablero diabólico; Hardcore Henry (ídem, 2015), de Ilya Naishuller; Sing Street (ídem, 2016), de John Carney; Snowden (ídem, 2016), de Oliver Stone, que se complementa a su vez con una entrevista con su protagonista masculino, Joseph Gordon-Levitt; La reconquista (2016), de Jonás Trueba; La fiesta de las salchichas (Sausage Party, 2016), de Conrad Vernon y Greg Tiernan; Que Dios nos perdone (2016), de Rodrigo Sorogoyen; y Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake, 2016), de Ken Loach. A ello hay que añadir las secciones Series TV, con reportajes de Luke Cage, la tercera temporada de The Flash y Love Nina; Primeras Fotos, con avances de La gran muralla (The Great Wall, 2016), de Zhang Yimou, y Rules Don’t Apply (2016), de y con Warren Beatty; Además…, con el resto de estrenos del mes; Noticias; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Hollywood Babilonia y Hollywood Boulevard, de Nacho González Asturias; Él dice, ella dice; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Se rueda, de Boquerini; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Libros, de Antonio José Navarro; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Con motivo del inminente estreno en España de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, de Tim Burton, he dedicado el Cult Movie a uno de los primeros éxitos de este cineasta: Bitelchús (Beetlejuice, 1988), “Casi treinta años después de su estreno, poco ha variado mi opinión sobre “Bitelchús” con respecto a la que vertí en un estudio sobre este cineasta publicado en los núms. 254 y 255 (febrero-marzo 1997) de «Dirigido por...», y que aquí reitero”.


Completo mi contribución a este número con un par de críticas: la de la extraordinaria película de Paul Verhoeven Elle (ídem, 2016)...


…y la del interesante thriller de Jean-François Richet Blood Father (ídem, 2016).



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Solos en la oscuridad: “NO RESPIRES”, de FEDE ÁLVAREZ



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] La historia del cine de terror y/ o “suspense” (ambos términos no son excluyentes) ha sido pródiga a la hora de mostrarnos a personas aquejadas de una discapacidad convertidas en víctimas potenciales de criminales alevosos. La obra maestra de esta temática posiblemente sea La ventana indiscreta (Rear Window, 1954, Alfred Hitchcock), con un James Stewart con una pierna escayolada sufriendo el acoso del hombre que ha asesinado a su esposa en el apartamento situado en frente de la vivienda del protagonista, pero ha habido otros famosos ejemplos: desde la también inmovilizada Barbara Stanwyck de la excelente Voces de muerte (Sorry Wrong Number, 1948, Anatole Litvak), hasta la sordomuda protagonista de las diversas versiones de La escalera de caracol (The Spiral Staircase) –la mejor de toda, sin duda alguna, la de Robert Siodmak de 1945–, pasando por Van Johnson, Audrey Hepburn y Mia Farrow, los invidentes protagonistas de A 23 pasos de Baker Street (23 Paces to Baker Street, 1956, Henry Hathaway), Sola en la oscuridad (Wait Until Dark, 1967, Terence Young) y Terror ciego (See No Evil, 1971, Richard Fleischer), respectivamente.


No respires (Don’t Breathe, 2016) le da argumentalmente la vuelta a estas y otras películas en las cuales una persona invidente es la víctima propiciatoria de los desalmados que tratan de aprovecharse alevosamente de su teórica inferioridad física. Su planteamiento es sencillo: tres jóvenes delincuentes, Rocky (Jane Levy), Alex (Dylan Minnette) y Money (Daniel Zovatto), que llevan tiempo saqueando con éxito diversas viviendas de su localidad, Detroit, aprovechando la ausencia de los propietarios, deciden dar un último y definitivo “golpe”: el robo de un jugoso botín de 300.000 dólares en metálico que esconde en su casa un hombre ciego (Stephen Lang), veterano de la guerra de Irak que vive solo en una vivienda situada en un barrio miserable y abandonado donde no hay nadie a kilómetros a la redonda. Lo previsible se invierte a partir del momento en que, contra todo pronóstico, son los tres ladrones, atrapados en la casa del ciego, quienes se convertirán en las víctimas de este último, un personaje letal y despiadado que les dará caza sin cuartel.


No respires parte de lo que, en términos de guion, suele denominarse una situación límite, con todo lo que tiene de inconveniente a nivel dramático y narrativo –las situaciones límite tienen una fácil tendencia a agotarse antes de que finalice el metraje: cf. Infierno azul (The Shallows, 2016, Jaume Collet-Serra) (1)–, cosa que en No respires se nota, y mucho, en sus aproximadamente quince minutos finales, que proponen un agotador –por más que hábil– encadenado de “falsos finales”. Pero, por otro lado, la película dirigida por el uruguayo Fede Álvarez, a partir de un guion propio escrito con Rodo Sayagues, hace gala de una sólida construcción, muy de agradecer teniendo en cuenta su escaso metraje (88 minutos), lo cual denota su voluntad de hacer algo “pequeño” pero lo más consistente posible.


Se agradece el esfuerzo por caracterizar la psicología de los personajes, sobre todo los de Rocky y Alex, por más que su descripción se sustente sobre convenciones. Rocky es una muchacha que vive con Ginger (Katia Bokor), su madre alcohólica –la cual acaba de instalar en su humilde apartamento a su nuevo amante, para disgusto de su hija mayor–, y que sueña con ahorrar lo suficiente para irse a California con Diddy (Emma Bercovici), su hermana pequeña, todavía inocente, ajena a la miseria económica, y mental, de su entorno. Una vez planteada y dejada bien clara su motivación, a lo largo del metraje Rocky hará gala de una determinación que nace no solo de su instinto de supervivencia, sino también de su decisión de salir económicamente adelante: la manera en que se introduce por la ventana de la casa del ciego nada más llegar; las decisiones a vida o muerte que toma, como aventurarse por el conducto de ventilación, o la encerrona que improvisa para librarse del acoso del feroz perro guardián del ciego dentro del coche; ayuda sobremanera la convicción de la actriz Jane Levy, la mejor del reparto junto con el siempre eficaz Stephen Lang. En cuanto a Alex, personaje cuyo aspecto sensible contrasta con sus actividades delictivas y con la rudeza y brusquedad de su colega Money, halla su justificación, primero, en su habilidad para desconectar rápidamente las alarmas electrónicas de las casas donde entran a robar –se nos aclara que el padre de Alex, al que detesta, trabaja en una empresa de seguridad, y a través de él ha aprendido “trucos” del oficio–, y segundo, en su mal disimulado enamoramiento de Rocky: esta última es novia de Money pero no se mira con malos ojos a Alex; y Money, consciente de esa creciente atracción entre ambos, trata con hostilidad a Alex. Money es, por comparación, el personaje peor descrito de los tres: un joven impulsivo y expeditivo al que, en la primera secuencia en la que vemos a los tres robando en otra casa, aparece fingiendo burlonamente una masturbación con una botella mientras sus compañeros se afanan en el robo, y el primero que vulnera las reglas del grupo trayendo una pistola para robar al ciego; pero, como de los tres jóvenes ladrones es el primero que desaparece de la función, tampoco es necesario explayarse más en él.


¿Y el ciego? Se nos dice del mismo que es un veterano de la guerra de Irak; que perdió la vista en una acción de combate; que, no mucho tiempo atrás, fue “noticia” a causa de la desdichada pérdida de su única hija, una adolescente que falleció estúpidamente atropellada por otra chica de elevada posición social, de la cual se rumorea que, gracias al mucho dinero de su familia, logró librarse de la cárcel tras llegar a un acuerdo extrajudicial con el ciego, ergo, una cantidad de dinero: los 300.000 dólares que, según todos los indicios, guarda en su casa. De hecho, Rocky y Alex al principio ignoran que ese hombre es ciego: Money no se lo ha dicho de buenas a primeras, y cuando los tres, de día, le espían a distancia desde su coche, es cuando aquéllos se dan cuenta de ello; Alex afirma que robarle a un ciego da “mal rollo”. El ciego vive rodeado de fuertes medidas de seguridad: una alarma en la puerta, candados y rejas en las ventanas, un perro guardián que duerme en el exterior de la casa… Lo que Rocky y Alex acabarán descubriendo es que todas esas cautelas no son tanto para que no entre nadie en la casa como para que no salga nadie de ella… De este modo, lo que empieza siendo un robo con fuerza acaba convirtiéndose en una situación de creciente horror, propiciada por un personaje, el ciego, que acaba demostrando ser un digno pariente de Norman Bates, Michael Myers, Jason Voorhees o Hannibal Lecter.


Fede Álvarez insinúa que el ciego ni tan siquiera es un hombre “normal”. Money se introduce subrepticiamente en su dormitorio y libera un gas que lleva preparado dentro de un botellín de plástico, gracias al cual el invidente dormirá durante horas; sin embargo, cuando los tres ladrones están forzando la puerta del sótano, convencidos de que allí abajo se oculta el dinero, de repente el ciego aparece, soñoliento, aparentemente indefenso y confuso: ¿el efecto del gas ha pasado antes de tiempo?, ¿o, sencillamente, al ciego no le afecta? Ya en el tercio final del relato, una vez llegado el un tanto alargado clímax de la función, el ciego sobrevive, “milagrosamente”, a los martillazos que le propina Alex cuando está a punto de “inseminar” a Rocky, o a la brutal caída al interior de su propio sótano donde es arrojado por la muchacha. Podemos pensar que, dada la gran fortaleza física del personaje, es posible que ninguno de esos golpes haya sido lo suficientemente certero. Pero, puestos a imaginar, también resulta lícito considerar al ciego un ente maligno sobrehumano, no ya por sus diabólicas acciones –todo lo relativo a Cindy (Franciska Töröcsik), la muchacha que mantiene cautiva en su sótano, y en particular, el terrible intento de “inseminación” de Rocky–, como por su capacidad para no morir: tras su caída al sótano, Álvarez cierra la escena con un gran primer plano de su rostro desencajado y sus ojos ciegos abiertos, sobre los cuales se abaten las sombras tan pronto como Rocky cierra sobre él la trampilla del sótano, pero esos mismos ojos “sin vida” continúan brillando, tenuemente, en la oscuridad (gran trabajo del director de fotografía Pedro Luque); y la abierta secuencia final no es tanto un pie de cara a la consabida secuela como, mejor aún, un apunte sobre el carácter indestructible e imperecedero del Mal a lo John Carpenter.


Más allá de estas y otras disquisiciones que se pueden hacer, lo mejor de No respires reside en la calidad de su realización, que eleva por encima de sus teóricas posibilidades este material a ratos dramática y narrativamente cogido por los pelos, dotándolo de elegancia, estilización y capacidad de sugerencia. En este sentido, cabe felicitar al realizador Fede Álvarez por el resultado y, en particular, por el esfuerzo demostrado a la hora de superar, con éxito, el resultado de su anterior largometraje, el insuficiente remake de Posesión infernal (Evil Dead, 2013) (2), pues en esta ocasión su planificación rebosa buenas soluciones fílmicas. El impactante plano general aéreo en semipicado con el que se abre el film, con la cámara descendiendo sobre la imagen premonitoria (un flash-forward) del ciego arrastrando por en medio de la calle a la inconsciente Rocky; la magnífica dosificación del “suspense”, elaborada en función de la construcción de los encuadres y el juego espacio-temporal que resulta de la combinación del movimiento de los intérpretes y de la ceguera del temible propietario de la casa (con momentos tan conseguidos como la escena en la que el ciego atraviesa el pasillo justo por delante de un aterrorizado Alex, o aquella otra en la que este último y Rocky se hallan a merced de los disparos a ciegas del invidente); la secuencia de persecución en el sótano en total oscuridad, filmada mediante cámaras infrarrojas que confieren una peculiar textura grisácea a la imagen (con permiso del Antonio Buero Vallejo de El concierto de San Ovidio, y del Jonathan Demme de El silencio de los corderos, The Silence of the Lambs, 1990, también inspiradora de la secuencia final en el aeropuerto de No respires); la asimismo mencionada escena de “suspense” de Rocky y el perro dentro del coche… Pero, al menos al margen de la brillantez de estas y otras set-pieces por el estilo, en No respires destaca la armonía con que el “suspense” se conjuga, y complementa, con el dibujo de los personajes, cuyas desesperadas circunstancias personales se encuentran siempre en el fondo del relato.      

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2013/04/oz-un-mundo-de-fantasia-posesion.html



sábado, 17 de septiembre de 2016

Una historieta de los tiempos de Cristo: “BEN-HUR”, de TIMUR BEKMAMBETOV



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Hay que reconocer que esta nueva versión de Ben-Hur (ídem, 2016) intenta marcar distancias con las célebres adaptaciones, digamos, canónicas de la novela del general Lew Wallace, las homónimas de Fred Niblo (1925) ­–con aportaciones no acreditadas de Charles Brabin, Christy Cabanne, J.J. Cohn y Rex Ingram– y de William Wyler (1959) –y Andrew Marton: la famosa carrera de cuadrigas–. A falta de conocer por mí mismo la primera versión silente de Harry T. Morey, Sidney Olcott y Frank Rose (1907) y la televisiva de Steve Shill (2010), y desconociendo, asimismo, la novela de Wallace, la nueva versión dirigida por el ruso Timur Bekmambetov a partir de un guion firmado por Keith R. Clarke y John Ridley altera el conocimiento previo que teníamos de la trama principal a partir de las adaptaciones (las dos interesantes) de Niblo y Wyler.


En esta ocasión, Judá Ben-Hur (Jack Huston) y Messala (Toby Kebbell) no solo son amigos del alma sino, directamente, hermanos: el segundo fue adoptado siendo niño por la familia del primero, los Hur, unos acomodados aristócratas judíos de Jerusalén. Por más que, desde el principio, se subraya, vía voz en off y por medio de una primera secuencia en la que les vemos haciendo una carrera a caballo a campo través, que hay un fuerte componente competitivo en su relación (el cual, por descontado, no tiene otra función que allanar el terreno de cara a su futura y crucial confrontación en la carrera de cuadrigas), también se deja claro desde ese primer momento que hay entre ellos un profundo afecto fraternal: Judá se cae del caballo mientras compite con Messala, hiriéndose gravemente, y Messala carga a su hermano judío sobre sus hombros para regresar con él a casa; detalle: el herido Judá sujeta la mano de Messala y la aprieta con cariño.


Contra todo pronóstico –y a pesar, lo avanzo, de lo fallido de sus resultados–, esta nueva versión de Ben-Hur se concentra sobre todo en el perfil psicológico de Messala. Por ejemplo, pesa sobre el ánimo del personaje el hecho de que su abuelo fuera uno de los asesinos que participaron en la conjura contra Julio César (sic), y eso hace que no se encuentre cómodo ni entre los romanos, por ese hecho, ni entre los judíos, por ser romano, ergo, perteneciente al imperio militar que ha invadido y ocupado Judea. De este modo, Messala arrastra un notable complejo de inferioridad que se alimenta, además, por no poder consumar su amor hacia la hermana de Judá, Tirza (Sofia Black-D’Elia), asimismo por la misma razón: porque no deja de ser un romano entre judíos. Ello lleva a Messala a abandonar el hogar de los Hur y labrarse una reputación entre “los suyos” como militar participando en sanguinarias campañas bélicas, algo que, por un lado, le otorga prestigio, pero, por otro, endurece su carácter, inicialmente más dulce y afectuoso. De hecho, llegado uno de los momentos cruciales de la trama, cuando Messala decide dar la orden de apresar a toda la familia Hur, condenando a Judá a galeras, y en principio a morir crucificadas a la madre de este último y madre adoptiva suya Naomi (la siempre desaprovechada Ayelet Zurer) y a Tirza, vemos que el personaje lo hace movido más por la presión del entorno, y por su propia confusión de ideas y sentimientos, que por propia convicción personal.


Por comparación, y paradójicamente, el principal protagonista, Judá Ben-Hur, aparece peor delimitado. Aquí Judá se casa, en contra de la tradición y a poco de empezar el relato, con la criada Esther (Nazanin Boniadi), la hija de Simónides (Haluk Bilginer), de la que está enamorado pese al origen humilde de aquélla. Ello puede verse como un indicio del talante romántico del personaje, en cuanto alguien que cree antes en las emociones que no en las convenciones sociales, y que sobre todo al principio se muestra contrario a las acciones violentas de los guerrilleros zelotes contra los invasores romanos, con los cuales siempre intenta mostrarse conciliador, precisamente, porque respeta el origen de su hermano adoptivo. Un apunte interesante –aunque, también, pobremente desarrollado– reside en las insinuaciones que se hacen con respecto al carácter excesivamente ingenuo de Judá, un joven príncipe judío “pijo” crecido entre algodones, como suele decirse, y que a la hora de la verdad es incapaz de hacer frente a la dureza de la vida hasta que las duras circunstancias en las que se ve inmerso le obligan a madurar y a tomar partido: aquí la famosa escena del atentado contra Poncio Pilatos (Pilou Asbaek) cuando pasa a caballo con sus tropas delante de la casa de los Hur no consiste, como en otras versiones, en una teja desprendida accidentalmente, sino en un intento de asesinato en toda regla, con un arco y una flecha, por parte de Dimas (Moises Arias), un zelote al que, en un acto de piedad y por deferencia hacia Esther, Judá ha escondido en el cobertizo de su vivienda para que se recupere de sus heridas.


El principal problema de este remake de Ben-Hur es que, a pesar de estos y otros apuntes de interés destinados a marcar distancias con las anteriores versiones, se trata de una película carente de densidad dramática y psicológica. Gran culpa de ello la tiene la a ratos muy rutinaria y aburrida puesta en escena de Timur Bekmambetov, quien pretende demostrar aquí que, por así decirlo, sabe hacer cine clásico como los demás –Ben-Hur, ciertamente, está en las antípodas de delirios como el díptico Guardianes de la noche (Nochnoy dozor, 2004) / Guardianes del día (Dnevnoy dozor, 2006), Wanted (Se busca) (Wanted, 2008) o el que, contra todo pronóstico, es su trabajo más solvente y divertido tras las cámaras: Abraham Lincoln: Cazador de vampiros (Abraham Lincoln: Vampire Hunter, 2012)–, pero que, en esta ocasión, se equivoca terriblemente, al confundir “clasicismo” con convencionalidad, y ritmo pausado con ritmo tedioso; precisamente, un poco más de desenfreno hubiese sido de agradecer, sobre todo a la hora de marcar distancias con Niblo y Wyler.


Ello no obsta para que, a pesar de todo, no salten a la palestra algunos momentos logrados. Pienso, claro está, en la secuencia de la carrera de cuadrigas, resuelta con efectividad y, esta sí, esforzándose en diferenciarse de las (magníficas) secuencias homólogas de las versiones precedentes, aunque sea –previsiblemente– a golpe de CGI; pero esto último es signo de los tiempos actuales: Bekmambetov no tiene ninguna culpa al respecto. Pese a todo, particularmente prefiero otro fragmento del film: el dedicado a ilustrar la estancia de cinco años de Judá en galeras, que está planificado manteniendo casi en todo momento el punto de vista subjetivo del protagonista, con lo cual dichas escenas tienen un tono oscuro, sombrío, claustrofóbico y, ahora sí, acorde con la tortura física y mental que está viviendo el personaje. Es una pena, empero, que, llegado el momento de la batalla naval, Bekmambetov ceda a la tentación de insertar un plano general de las dos flotas de barcos en conflicto, rompiendo esa subjetividad, esa sensación de pesadilla.


Pero, como digo, todo esto sería lo de menos si el resto estuviese conseguido, mas no es el caso. El abuso de la voz en off –que, junto con algunos “saltos” que da la trama, a ratos sugiere que esta película acaso era mucho más larga de lo que hemos acabado viendo en pantalla de cine–, la mera corrección de la planificación y el relativo buen hacer de los intérpretes (tampoco muy destacable), hunden un film que, por si fuera poco, culmina en una escena ridícula: aquí Messala no muere después de la carrera de cuadrigas, si bien resulta gravemente herido, y al final él y Judá se piden perdón, en una de las escenas dramáticas más falsas y peor planteadas que se hayan visto últimamente. Tampoco convence, por la torpeza de su desarrollo, el proceso que lleva a Judá a olvidar su venganza contra Messala y llegar a perdonarle, y a recuperar así a su hermano: la relación/ el paralelismo entre Judá y Jesús de Nazaret (Rodrigo Santoro), que Bekmambetov intenta visualizar echando mano de un relativo realismo gráfico a lo La Pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004, Mel Gibson), con resultados escasamente distinguidos. (Nota bene: Llama la atención –aunque esto es, por así decirlo, una curiosidad de nota a pie de página– que la película recoja la teoría de que Dimas, uno de los crucificados junto a Jesús en el Gólgota, no era un “buen ladrón”, sino un zelote. Pero, para profundizar en esto, y en muchas otras cosas más, prefiero recomendar la lectura de Jesús de Nazaret, el apasionante ensayo histórico de Paul Verhoeven publicado en España por Edhasa.)     

martes, 6 de septiembre de 2016

“DIRIGIDO POR…” de SEPTIEMBRE 2016, a la venta



Dirigido por…, núm. 469, vuelve a poner en su portada a William Friedkin, con motivo de la publicación de la segunda y última parte del dossier que se le ha dedicado.


Dicha segunda entrega consta de los siguientes artículos: El “thriller” (1): un cine desbocado, de Quim Casas; El “thriller” (2): fracaso y reivindicación, de Diego Salgado; La violencia y la razón, de Ricardo Aldarondo; La comedia, de Israel Paredes Badía; Extractos y declaraciones, tomados de la autobiografía del cineasta, escogidas y traducidas por Tonio L. Alarcón y Diego Salgado; y Filmografía, de Jaume Genover.


El segundo gran contenido de este mes es un extenso artículo In Memoriam dedicado al malogrado Michael Cimino: El director que sacudió el Nuevo Hollywood, que hemos escrito Ricardo Aldarondo, Quim Casas, Israel Paredes Badía, Diego Salgado y un servidor.


También destacan, ya dentro del apartado de la actualidad cinematográfica, las extensas reseñas de Elle (ídem, 2016), de Paul Verhoeven, escrita por Ángel Sala, que se complementa con una entrevista con este director, a cargo de Gabriel Lerman; El porvenir (L’avenir, 2016), de Mia Hansen-Love; y Los hombres libres de Jones (Free State of Jones, 2016), de Gary Ross.


El número se completa con los comentarios de El infiltrado (The Night Manager, 2016), de Susanne Bier, a cargo de Óscar Brox y de la primera temporada de Stranger Things (ídem, 2016- ), escrito por Tonio L. Alarcón, dentro de la sección Series Televisión; el artículo In Memoriam dedicado a otro cineasta malogrado: Abbas Kiarostami. El sentido de las imágenes, firmado por Quim Casas; y las secciones Home Cinema, con comentarios de Juan Carlos Vizcaíno Martínez y Ramon Freixas & Joan Bassa; Cine On-Line, con comentarios de Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Óscar Brox y Joaquín Vallet Rodrigo; Libros, con comentarios de Ramon Freixas, Quim Casas, Israel Paredes Badía y Diego Salgado; Banda Sonora, de Joan Padrol; En busca del cine perdido, en la cual Ramón Alfonso analiza Fuerzas ocultas (Forces occultes, 1942), de Paul Riche [Jean Mamy]; y, como siempre, la sección de Críticas.


Ya he avanzado que mi contribución a este número de Dirigido por… consiste, en primer lugar, en una participación dentro del artículo In Memoriam dedicado a Michael Cimino donde trazo una panorámica general sobre su carrera, incluyendo trabajos como guionista y escritor y proyectos no realizados…


…y, además, comento un film de Cimino por el cual siempre he sentido cierta debilidad: su primer largometraje, Un botín de 500.000 dólares (Thunderbolt and Lightfoot, 1974).


Cierro mi aportación a este número de la revista con las críticas de la, para mí, estupenda y muy entretenida Escuadrón suicida (Suicide Squad, 2016), del siempre interesante David Ayer…,


…de la magnífica y, ¡ay!, sospecho que poco apreciada película del ahora subvalorado Zhang Yimou Regreso a casa (Gui lai, 2014)…,


…y de la más bien aburrida La leyenda de Tarzán (The Legend of Tarzan, 2016), de David Yates.


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